Siempre la he necesitado pero la obviaba por la hermosura de mi bosque. Sin embargo mientras escribo recuerdo la dulzura de hacerlo sin dolor en mis huesos, porque el frío me pasaba una factura en mis largas jornadas de plasmar mis emociones en mis hojitas de papel, en mi compu, o casi en cualquier cosa. Mis sentimientos van como en crescendo y necesito expresar lo que siento, lo que ya no guardo solo para mí, lo que otros deben leer o escuchar. Ya hay tantas herramientas para expresarnos que no hacerlo es una excusa.
Necesito la tibieza que siento ahora para ser capaz de continuar, allá Pepe me espera y sé que es el guardián y vigilante de mi bosque amado así como el espíritu de esas personas que hoy lo habitan. Me han preguntado varias veces si me arrepiento y nuevamente les digo, no. Pues cómo, si es que el bosque es una familia viva que también decide y escoge. Pudo haberse equivocado una sola vez, pero ni una más. Así es que solo siento gratitud porque esta tibieza me permite hacer lo que mas amo. No tengo dudas, solo certezas.
La tibieza se funde además con piedras de colores y formas en un agua que no es tan tibia pero que es la perfecta para refrescarnos. Aquí estamos y sentimos la plenitud de las horas vividas. Nuestra cotidianidad está envuelta en un halo de misterio y de fascinación. No en vano paso mis horas en silencio hurgando en mi memoria esas historias que hoy me definen y que de paso le dan forma a la historia natural de mis emociones, una nueva historia que puedo gratamente sentir como parte de mi sanación.
Te amo bosque, te he visto crecer conmigo, somos hermanos, o soy tu hija, y allí estaré aunque no me veas, siempre iré a ti aunque no pueda tocarte porque lo he hecho tantas veces que ya te llevo tatuado en mi piel y puedo abrazarte cada noche y hablarte en las mañanas cuando sé que aún ni despiertan en tí todos los seres que te habitan. Me has acompañado tantas noches en vela que nuestra relación es íntima y secreta. Tu frío en realidad solo me afectaba escribiendo porque de resto te siento tan mía que no te siento.
Necesito la tibieza que me habita, que me habitas y ella depende no solo de mi, ni del fuego que alberga mi hogar, sino de la que habita mi existencia en combinación con mis sueños y los sueños de quienes me rodean. Ver cada uno de ellos con sus ilusiones y proyectos es también una forma de calentar mi espíritu. A ellos les debo que esté aquí en soledad escribiendo y con una bella manada de cuatro que me persiguen a donde vaya y que hoy aprenden todos a nadar y a montarse por ahí en alguna tabla azul para ir tras nuestros sueños.
Necesito la tibieza y el cielo azul para creer que todo es posible y sí que lo es. He aprendido a vivir en una escala más humana, en un espacio pequeño con todo lo que necesito y en donde cada quien tiene su espacio. No es más. Aquí veo el paso de las nubes y el viento me susurra al oído historias de otros tiempos. Aquí mi mirada puede ir hasta más allá de la punta de mi nariz o del árbol más próximo, y puedo ver en la distancia otras vidas y eso me conecta con ese mundo que no veo.
Necesito la tibieza tanto como respirar, quizá 29 años de niebla fueron suficientes...tal vez, lo que sí se con certeza es que ese bosque me habita y yo en él.