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Estamos repletos de ella. Nos llega por todas partes. Una y otra vez. La misma información. O tal vez otra. Pero nunca antes habíamos recibido tanta información. Ni tan inmediata. Todo pasa a la velocidad del rayo. Y una vez lanzada, no hay vuelta atrás. No hay forma de deshacer lo que sale a luz pública. Porque una vez le das click, ya fue hasta más allá de donde puedas imaginarte. Y mucho se ha publicado y luego se ha pensado. ¿Y cuál es el real costo de eso?


Nos invade la información. De todo tipo. Verdades y mentiras. Y ya andamos confundidos. Vivimos saturados de lo que los otros dicen, y miles opinan. Y vuelven y opinan. Y luego nos llega una y otra vez. Por todas partes. La misma noticia falsa. O la alarmista. O esa que nos ayuda pero que se vuelve demasiado. Y es que en verdad es demasiado. Ya todos estamos supuestamente conectados. En todo momento. Pero no es verdad. Algunos ya nos venimos desconectando y otros jamás lo han estado.


Nos invade la información, lo cual supondría que nos daría más democracia. Pero en medio de ganar información, también hay desinformación. Y gente mal intencionada. Y grupos sin sentido. Y formas de expresión inadecuadas. Y personas que en un acto emocional lanzan información sin calcular el daño en ninguna dirección. Y después, después vienen las consecuencias. Para todos. Para los desinformados. Para los informados. Para el que no pudo almorzar. Para el que sí. Para la que discriminó. Para el que no. Para todos.


Nos invade la información y nos va dejando a todos como abrumados y cansados. Y nos hace vivir de una forma que tal vez jamás pensamos. Porque por todas partes recibimos información espiritual, de meditación, de religión, de política, de sanación, de comidas, de eventos, de discusiones, de personas que nunca hemos conocido y que tal vez nunca conoceremos.


Nos invade la información y yo estoy llegando a mi punto máximo. Una rayita aquí arriba de mi cabeza en donde ya no me cabe tanta cosa. Porque se me ha ido gran parte del día recibiendo y recibiendo información que no busco, ni necesito, ni deseo, ni me es relevante. Ya no quiero más. He armado varios grupos con buena intención y por alguna razón se terminan desvirtuando. Y ya estamos saturados de conexión y desconectarnos es lo preciso. Necesitamos un respiro. Un aire.

Nos invade la información y todos ya creemos saber de todo. Y poder opinar sobre todo. Y ya todos no sólo somos fotógrafos, sino escritores y jueces y verdugos. Podemos acabar en varios segundos con 40 años de reputación. Y a todos parece darles igual. O lo mismo. Salir con sus opiniones sin en realidad haber estado en el lugar de los hechos y decir y acabar cruelmente con cualquiera. O con empresas. O darle continuidad a ese sin sentido de continuar con la desinformación. Porque ya todos parecemos noticieros transfiriendo la información que nos llega sin antes verificar si lo que nos dicen es cierto. O si son inventos de este ser humano tan ávido de andar buscando información para compartir así sea falsa.


Qué poco rigurosos nos hemos vuelto en nuestra comunicación. De hecho en casi todo. Nos olvidamos tan fácilmente de quienes nos rodean y miles se pasan sentados al lado de sus amores sin ni siquiera dedicarle un segundo de su tiempo. Sin escuchar sus necesidades. Sin tomarlos de la mano para saber cómo fue su día. Cómo van sus temores. Qué ha pasado con sus proyectos. Cómo van en su vida. Qué piensan. Qué sienten…


Estamos sobre cargados de información y de conexión. Yo me he desconectado y no mantengo los datos disponibles para saber qué pasa en todo momento. Porque no pasa nada. Todo está bien. Y quien realmente me necesite o a quien yo necesite está en esos números que busco para escuchar su voz. Y que escuchen la mía. Porque los prefiero cerquita a caritas que hay veces me confunden. O a respuestas e imágenes que no me dicen nada. Y que en vez de conectarme me desconectan.

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Foto del escritor: Martha Elena Llano SernaMartha Elena Llano Serna

Somos seres perfectos. Creemos no serlo. Creemos necesitar siempre más. Y más. Mucho más. Pero ninguno de los seres que están cerca de mí lo necesitan. Simplemente quieren más. Algo más. Y la verdad no es necesario. Ya es suficiente. Y hay que tener tiempo también para disfrutar lo que ya se ha conseguido. Y no siempre hay que estar buscando nuevas cosas. Nuevas experiencias. Nuevos seres. Porque ya somos. Ya hemos conseguido mucho. Y hemos olvidado lo más importante.

Estamos completos. Y permanentemente estamos buscando excusas para ocuparnos. Para no tener tiempo para nosotros. Para no estar en nuestra propia compañía. Con nosotros. Con nuestro espíritu. Y decidimos poner nuestra compañía en otros. Nuestra felicidad. Nuestro amor. Nuestros deseos. Nuestros proyectos. Nuestras ilusiones. Y por eso solemos desengañarnos. Porque perdemos nuestra existencia poniéndola donde no es.

Estamos completos y el resto es siempre una ganancia. Estamos hechos de inmensas capacidades que nos hacen únicos. Somos una mezcla perfecta de todo. Y debemos dejar que ese todo fluya libremente por el mundo para conquistarnos. Para alcanzar nuestros sueños. Para ir tras lo que más deseamos. Así muchas veces la quietud nos abrume. Porque ella es la precisa para encontrarle el sentido perdido a esto que llamamos vida.

Estamos completos y debemos siempre mirar hacia adentro. Allí donde más temor nos da mirar. Debemos siempre ser nuestra mejor compañía. Esa que más tememos. Debemos abrazarnos sin temor y permitirnos la contemplación, el silencio, la ternura, la compasión y el amor primero con nosotros mismos. No hay más a quien escuchar en tu interior. No hay nadie más que permanecerá con nosotros más que ese espíritu divino que somos.

Estamos completos y nuestra esencia nos grita a través del cuerpo lo que tenemos que hacer. Pero siempre estamos temerosos. Porque nuestros padres esperan algo distinto. Porque nuestro ego nos pide algo más. Algo que no podemos ser ni satisfacer. Pero aún así lo buscamos y lo perdemos. Y los somos y lo dejamos ir. Y siempre estamos tras cosas que nos camuflan en medio de tanto caos en nuestra cultura. Tanta distracción que nos aleja de lo que verdaderamente venimos a hacer aquí. A encontrarnos. A vivir nuevas experiencias que le den ganancia a esa luz. No que la opaquen.

Estamos completos y aquello que buscamos no debe pesar sino alivianar nuestro viaje. Lo debe hacer más suave. Sin tantas cargas. Sin tantas cosas que no nos permitan movernos y viajar libres. Estamos engañados. Por un sistema que se alimenta de nosotros. Y solo cuando estamos ante la posibilidad de hacer ese viaje hacia la luz universal las ataduras nos detienen y no nos permiten viajar en medio de la felicidad. Nos hacen quedarnos un poco más. Siempre un poco más. Haciendo sufrir a nuestro cuerpo y a nuestro espíritu. Y a los espíritus que nos rodean.

Estamos completos. No hay que temer. Venimos perfectamente diseñados con todo y escogemos las experiencias nosotros. Estamos donde queremos. Con quien queremos. Así pensemos lo contrario. Somos nosotros los constructores de esas experiencias y las vivimos para crecer. En todos los aspectos. Es nuestra decisión seguir o parar. Estar o partir. Ser o no ser. Tenemos nuestra propia voz. Podemos ser escuchados o leídos. Eso lo decidimos nosotros. Tenemos la capacidad de sanarnos y de enfermarnos. Tenemos poderes incalculados e insospechados hasta para nosotros mismos. Pero están allí. En un lugar mágico que todos poseemos.

Estamos completos. Somos la complejidad misma del universo y todo está en nosotros.

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Es como si volviéramos a nacer. Cada mañana. Porque siempre conservamos la esperanza de ser mejores. Cuando nos acostamos con el alma arrugada por algo que ha sucedido en nuestras vidas…y ella misma nos da un día más, sentimos que todo va a estar bien. Y que podemos cambiar. Y que vamos a cambiar. Y que haremos posible nuestros proyectos. Y que alcanzaremos nuestros sueños. Y que conquistaremos otra vez nuestra vida. Y que nuestro amor volverá. Y que haremos las paces con aquellos que hemos discutido. Y que nuestro espíritu va a encontrar sosiego…en un día más.


Y nos sentimos entusiasmados y aunque todo pareciera derrumbarse sabemos que todo va a estar bien. Y algo nos alegra el corazón y todo nuestro cuerpo siente cosquillas por dentro como si una mariposa nos habitara. Y nos recorriera por todas partes. Y sentimos sus alas tocarnos y es como si estuviéramos alcanzando el cielo. Y pasamos el día con una sensación indescriptible en nuestro interior. Y brillamos. Y nuestro halo le da a todo otros colores. Y vemos con otros ojos. Vemos con los ojos de la felicidad. Con los ojos de la bondad. Con los de la generosidad. Con los de la verdad.


Cuando la vida nos regala un día más, sólo debe haber gratitud. Porque podemos hacer nuestra vida como queramos que sea. Porque podemos ver el amanecer y estar atentos a dedicar nuestros instantes a derrochar alegría en todo aquello que hacemos o vemos. Podemos cerrar los ojos y ver hacia adentro. O podemos abrirlos y ver con gratitud eso que nos rodea y que hemos escogido. Esto que he escogido y que aunque esta tarde sea más fría de lo que esperaba, es lo que me ha dado tantos instantes maravillosos al lado de mis seres amados. De mis árboles y canes compañeros. Fieles.


Es como si volviéramos a nacer. Sin remordimientos. Sin pesos. Sin dolor. Sin sentimientos de culpa ni de nada que no sea amor. Porque cada día es esa página en blanco que tenemos como oportunidad para pintarla de eso que nos llevará a donde más deseamos. Es esa hoja que tuve en mis manos más de una vez en aquel mágico lugar en donde me encontré. Tras haberme perdido. En mi propia mente. Es esa…


Cuando la vida nos regala un día más es cuando nacen las ideas. Cuando llegan los recuerdos. Cuando tienes esa oportunidad de ganar esa carrera, de correr por esa ruta, de caminar por ese sendero, de acercarte a un extraño, de ayudar a un amigo. De llamar a alguien que hace rato no ves. De mirarte en el espejo y saber que allí en el brillo de tus ojos es donde habitas y en donde estás tú mismo mirándote. Silencioso. Sin juicios. Sin juzgarte. Solo contigo mismo como tu mayor cómplice. Como tu mejor amigo…


Y entonces llega un día. Como hoy, en el que sientes que lo has logrado. Que te has conquistado. Que muchas de tus metas están aquí contigo. Que pudiste. Que siempre podrás. Que no hay nada que temer. Que eres tu mejor compañía. Que eres tu mejor versión. Que siempre habrá una nueva mejor versión. Y deberás amarla. Aunque afuera no sea así. Porque la contradicción también es parte de ese caos que somos. De ese desorden que es parte de un orden perfecto y natural. Y todo está bien. Siempre.


Cuando la vida nos regala un día más podemos mirar atrás. A un lado. Al frente. Al otro. Y allí estaremos. Con las posibilidades que nos da la vida. Con las miles de posibilidades que nos regala y que nos regalamos. Con los deseos locos de vernos. De encontrarnos. De hacer más por los otros. De que otros también conserven la esperanza. De que existan posibilidades para todos. De que nos embriaguemos de emociones. De ilusiones. De certezas.


Cuando la vida nos regala un día más…solo hay gratitud…aunque lo que hagas con él es tu decisión.

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