top of page

Podemos hacer muchas cosas que jamás pensaríamos que podríamos hacerlas, y al final, las hacemos. Todos. Intentamos ser siempre mejores humanos, cada día…pero llevamos al lado de nuestro espíritu el ego que hemos construido desde la cultura que nos ha acogido, y entonces, mientras transcurren los instantes de nuestra vida, vamos impactando a quienes nos rodean, de una forma u otra.


Cuando vivimos desde la inconsciencia es casi imposible reconocer los errores que vamos cometiendo. Y los cometemos todos los días. Y principalmente con quienes amamos. Con nuestra familia. Con nuestros amigos. Con nuestros compañeros de trabajo. Porque son ellos al final, quienes están más cerca de nosotros, y con quienes hacemos ese intercambio de energía que todos somos. Y somos una energía imperfecta.


Cuando vivimos desde la inconsciencia nuestro ego se antepone a nuestro espíritu y nuestros supuestos deseos priman por encima de cualquier cosa. Y nuestro espíritu aunque lo sabe, lucha con el ego para no dejar salir a ese ser que llevamos adentro y que al final también somos. Y somos esos, que aunque no queramos, vemos en los otros. Vemos en todo. Y eso a lo que más tememos es en lo que finalmente nos convertimos. Porque es en lo que más pensamos. Y sin darnos cuenta, lo que más atraemos.


Hoy cierro mis ojos y quisiera pedirle perdón a quienes desde mi inconsciencia he herido. Y también quisiera que quienes desde su inconsciencia me han herido pudieran hacer lo mismo. Pero nos cuesta. Nos es casi imposible reconocer nuestros errores porque nuestro ego quiere ocultarnos, casi protegernos. Quiere que no lo toquemos pensando que va a permanecer así. Pero así no será. La reciprocidad es ese principio que nos devuelve todo. Tarde que temprano. Y nos da nuestro merecido el día menos pensado. Y nos hace revisar quienes somos. Quienes queremos ser. Quienes seremos.


Cuando vivimos desde la inconsciencia vamos sin ni siquiera quererlo golpeando a los otros con nuestras acciones dejando una huella imborrable. Y aunque sabemos que todo pasa por una razón, entenderlas, hay veces es incomprensible. Y si no fuera porque la resiliencia ha sido mi compañera en este ciclo, entonces desfallecería. Porque soy sensible. Siento todo con mucha fuerza. Siento con toda mi piel y mis sentidos. Y duele más de lo normal. Pero me estiro y me he flexibilizado hasta cuando pensé que no podría más. Y pude. Y mi piel se hizo más y más elástica. Y pude casi que tocar el infinito. Y soltar.


Cuando vivimos desde la inconsciencia, soltar es una utopía. Es una quimera. Y cuando soltamos, entonces entendemos que todo está bien. Que siempre estará bien. Que venimos a este plano a vivir experiencias y que al final son lo único que nos llevaremos. Y ni siquiera no lo llevaremos en la piel, irá tatuado en nuestro espíritu para donde quiera que vaya. A otras vidas. A otras galaxias. A otras dimensiones. A otros tiempos y espacios, en donde en algún momento, recordaremos lo vivido.


Escogemos los seres que nos rodean. Somos energía pura e iluminada y podemos decidir qué queremos vivir y con quién. De quién es que aprenderemos más y por qué. Y para qué. Porque aunque vivamos desde la inconsciencia, no estamos solos en todo esto y una fuerza más poderosa que nosotros mismos hace las conexiones necesarias para que evolucionemos y crezcamos y maduremos. Y entonces así, sin pensarlo, aunque con mucho dolor, vayamos saliendo de nuestra inconsciencia. De nuestro mundo personal en donde vivimos metidos olvidando que no somos los únicos. Que el universo es inmenso y que lo que hacemos no sólo nos afecta sino que afecta el todo. Que lo que hacemos en realidad nos lo hacemos es a nosotros mismos. Saboteamos nuestro espíritu al pensar que es la primera vez que hemos hecho algo. Porque ya lo habíamos hecho. Y justamente por eso, lo volvemos a hacer. Para aprender la lección. Y si no lo hacemos, lo volveremos a repetir. Y solo cuando aprendamos y no lo hagamos más desaparecerá. Se esfumará en el espacio y en el tiempo…


Cuando vivimos desde la inconsciencia, lo pequeño se puede hacer grande. Y lo grande ser tan diminuto como ese grano de arena que parece inexistente. Porque todo es relativo. Y las percepciones cambian y son tantas como seres en el mundo. Y lo que para ti es correcto, para mí puede ser vital e incorrecto. Y a donde yo veo opciones y posibilidades, otro puede ver lo inapropiado. Somos seres hermosos y evolucionando. Creciendo. Constantemente. Expandiéndonos hasta que logremos soltarnos y convertirnos parte del todo del que provenimos.


Cuando vivimos desde la inconsciencia, aún tenemos mucho por hacer. Por aprender. Por recordar. Por vivir para reconocer y reconocernos en el otro, como iguales. Como seres que debemos respetarnos y amarnos con todas nuestras fuerzas, porque sólo somos espíritus y luz divina. Somos eso que vemos y sentimos bien adentro porque lo llevamos en nuestras células grabado desde que todo esto comenzó. Y allá regresaremos…sin dudarlo.

 
 
 
  • 3 Min. de lectura

Nos tenemos. Eso es lo que al final importa. Cuando todo alrededor parece caerse, nos tenemos. Porque no estamos solos. Estamos con nosotros y de paso nos acompañamos de otros y acompañamos a otros. Pero nos tenemos. Y eso debería bastar. Porque nada es eterno. Nada. Sólo nuestra propia compañía. Porque es eterna. Somos eternos.


Me tengo. Nos tenemos y es maravilloso. Sentirlo es increíblemente sutil. Fugaz. Porque permanecemos inventando para estar, para ir y venir por el mundo interactuando con todo y negándonos esa posibilidad de sentir ese que nos habita. Ese que somos y que está ahí. Ese que me despierta como queriéndome decir ey, vení ya. Levantáte a escribir. Mirá la Luna. Observa como ese poderoso astro toca el bosque y todo lo que dejas por ahí.


Me tengo. Nos tenemos y cuando somos dos o cuando tenemos hijos hay una conexión divina en eso. Porque permanece un hilo plateado por siempre. Una hermosa conexión que aunque no funcione de alguna manera existirá para recordarnos que vinimos a vivir una experiencia poderosa con ellos. Son la maravilla de nuestras vidas. Son ese milagro que acepta las probabilidades como ciertas y que hace que nos conectemos con todo de una forma más profunda.


Me tengo. Nos tenemos y nos encontramos y desencontramos. Y vamos y volvemos como las olas que se chocan con la arena mojando suavemente la playa. Somos pedacitos de esa colcha del universo. Nuestro ser proviene de la unión de todo y de todos. Y eso no está alejado de Dios. Es esa creación que no está separada la una de la otra. Tiene distintos nombres simplemente. Y vienen distintos seres a recordárnoslo. Y cuando nos ponen a prueba todas las fuerzas de la naturaleza ahí es cuando tenemos que sacar esa fuerza de nuestro interior y el conocimiento de vidas pasadas tal vez para enfrentarnos a lo incomprensible.


Me tengo. He sido mi compañera. Estoy aquí dentro de ti y puedo conectar todo para ti. Nuestros espíritus tienen esas fuerzas invisibles que lo pueden todo. Nuestra mente es tan increíblemente poderosa que puede ir al lugar más profundo de sí misma y también regresar. Lo he vivido. Sé que así es. Sin temor. Porque es ir allá a donde pocos nos atrevemos. Porque queremos permanecer siempre en control de todo. Y tampoco lo tenemos. Estamos ante algo más grande. Desconocido. Misterioso. Y salirse implica asumir que inclusive te censuren. Que te estigmaticen. Y es un privilegio vivirlo. Porque vas más allá de tu propia conciencia. Ingresando a un mundo de posibilidades que están ahí para vivir como experiencia. Y lo agradezco.


Me tengo. Porque cuando todo desaparece o todos aquí estoy. Soy esta. Soy ese espíritu que me da la vida. Ese que incomprensiblemente para muchos no necesita mucho para decididamente conservar este bosque de robles donde habitan millones de especies. Este que decididamente también toma las decisiones contrarias al común. Porque creo firmemente en nuevas posibilidades para nuestra especie. Para las especies. Para nuestro planeta. Para un mundo mejor. Porque tiene que ser mejor. Tenemos que ser mejores. Salirnos del común y hacer cosas tal vez extraordinarias que nos lleven a ser más libres y felices. Que nos lleven a conectarnos con el mundo original del que somos parte.


Me tengo y te tengo. Eres parte de mi y siempre lo serás. Te protejo y te acompaño y tú haces lo mismo. Te amo como a mí misma y te mantendré conectado también a la vida que fluye sin cesar en el universo. Somos parte de esa red sin límites que misteriosamente existe y que está ahí para que descubramos. Somos parte de la urdimbre que nos vio nacer y somos la trama también. Somos el viento y el agua. Somos la tierra y el fuego. Somos el sueño y lo que soñamos y mientras estemos despiertos somos todo lo que vemos. Somos hermanos de todo y de todos. Estamos conectados. Todos estamos unidos.

Me tengo.

 
 
 

Que pensamos que todo va a durar para siempre. Que nos tomamos la vida como dando por hecho que lo que tenemos ahora siempre lo tendremos. Y no es así.


No poseeremos nunca el mismo día, la misma oportunidad, la misma juventud, la misma capacidad, el mismo estado. Podemos adquirir en muchos nuevas fortaleces a las que nos vemos enfrentados por distintas razones. Pero nunca devolveremos el tiempo para compartir con nuestros seres amados ese tiempo que pensamos que será eterno.


Qué nos pasa que nos cuesta tanto soltarnos de eso que nos da tanta comodidad pero que ciertamente más nos aleja de poder compartir nuestro propio tiempo con quienes nunca serán los mismos. Nuestras parejas, nuestros hijos, nuestros hermanos, nuestros sobrinos, grandes amigos y esos amores que seguramente son los nietos.


No hay vuelta atrás para recuperar esos años compartidos desde la infancia con nuestros hijos. Muchas de sus primeras veces no se repetirán jamás y nosotros decididamente nos perdemos de esas oportunidades por andar ocupados en miles de cosas que no recordaremos tal vez nunca. Y peor aún con ocupaciones en donde no nos recordarán tampoco.


Sin embargo nuestro hijo siempre recordará la vez que estuviste ahí para él. Tu sobrino sentirá en su espíritu tu presencia porque fuiste con él un día cualquiera por ahí cuando él sentía que nada parecía tener sentido. Tus nietos te amarán porque llegaste de sorpresa y te sentaste a jugar con ellos en el suelo eso que tú jugabas cuando niño y que ellos ni siquiera conocían.


Qué nos pasa que cuando podemos hacerlo todo no hacemos casi nada. Cuando podemos hacer algo inesperado no lo hacemos por ese temor a salirnos de los códigos que espera una sociedad de nosotros. Si es que la sociedad la construimos nosotros. ¿Si es que salir a visitar a nuestra madre, a nuestro padre, a nuestra hermana, a nuestros sobrinos, nuestro hijo es eso que ya muchos no pueden hacer? Por muchas razones. Infinidad. Miles. La más común es que ya no están. Y entonces ¿qué mas da? ¿Ir hoy si puedes? ¿Estar hoy si puedes? ¿Viajar hoy si puedes? ¿Acompañar hoy si puedes?


Porque llegará el día que ni con todo el oro del mundo puedas. Que ni con todo el tiempo del mundo puedas. Que ni con toda la salud puedas. Que ni con todas tus ganas puedas. Y no sería suficiente nada para devolver el tiempo y regalarte y regalarle a tus seres amados ese tiempo que hoy te niegas a compartir. Esa compañía que podrías ser. Esa alegría que podrías encontrar en esos instantes maravillosos que la vida te está posibilitando como un regalo de ella misma para ti y tus más cercanos.


Hay miles sin poder verse. Sin poder acariciarse. Sin sentir al otro por muchos años. Sin conseguir ese tiempo preciado. Sin los recursos de ningún tipo para encontrarse en algún lugar, en cualquiera, en ese. Aquí y ahora. Y deben hacerlo a través de maravillosos inventos pero que nunca podrán reemplazar el sentir al otro aquí cerca. Su olor. El brillo de sus ojos. El placer del un abrazo. De sentarse en un parque tan solo a ver pasar la gente. A comerse un helado mientras puedes.


Qué nos pasa que damos todo por hecho. Cuando de repente un día cualquiera podemos perderlo todo. Dejar de tener esas posibilidades y entonces comenzar a extrañar las que tuvimos. Las que no volverán. Las que extrañaremos como si fueran lo único que importara. Lo único.


La vida es aquí y ahora. En este preciso instante. Que mientras pasa tus hijos crecen, tu madre envejece. Tu padre te añora. Tus nietos te necesitan. Un amigo está solo. Tu sobrino se pierde en la modernidad de la vida. Tu hermano no sabe cómo seguir. Tu tía mira solitaria por el balcón…


Qué nos pasa que nos creemos eternos...

 
 
 
Martha Llano 2025®
bottom of page