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Para crecer. Para aprender. Para madurar. Para estudiar. Para dar esos primeros pasos en todo. Para gatear y alcanzar eso que tanto queremos. Para decir ma má. Para decir luego pa pá. Para meternos todo a la boca y desde ahí conocer el universo.


Hay un tiempo para todo. Para amar. Para reír y llorar. Para sonreír. Para bailar y llegar tarde. Para llegar temprano también. Para ir con las amigas por ahí. Para celebrar los 5, los 15, los 20 y los 30. Para celebrarlos todos. Para recordar la vida pasada. Para trabajar sin parar. Y para parar sin trabajar.


Hay un tiempo para cada cosa. Para cada cual. Hay un tiempo para llorar. Para sufrir y para gozar. Hay un tiempo para estar y otro para irse. Para escoger y para abrazar. Para querer y amar con todo y para soltar. Con todo. Hay un tiempo eterno. Y el efímero que nos recuerda que también lo somos.


Hay un tiempo para todos. Uno que se queda y otro que se va de prisa sin mirar atrás. Uno que nos permite la serenidad y otro en donde ni cabemos nosotros. Porque siempre hay algo por hacer. Siempre hay alguien más. Siempre hay más y más. Y nunca es suficiente.


Hay un tiempo para la familia y otro para los amigos. Uno para nosotros y otro para ninguno. Uno para crear y otro para desbaratar. Uno para dejarte tocar por la lluvia y otro para esconderte debajo de las cobijas. Hay un tiempo maravilloso y otro que de maravilloso no tiene nada.


Hay un tiempo que anhelamos y otro que deseamos jamás hubiera existido. Pero es imposible. Todos fueron nuestros. Siempre. Y no podemos borrarlos por más que queramos. No hay vuelta atrás. Y donde estamos hoy es gracias a ese tiempo. Nunca sabremos si de no haberlo tenido todo sería como es ahora. O si nuestra vida fuera otra.


Hay un tiempo para madrugar y otro para permanecer en cama hasta que ya no más. Hay un tiempo para escribir y otro para leer. Uno para sanar y otro para enfermar. Porque de ambos aprendemos. Uno para sentarse plácidamente sobre la arena a ver como el mar se acerca a nuestros pies. Otro a caminar y caminar hasta no poder parar. Hay tiempo tibio. Hay tiempo frío. Hay tiempo…


Hay un tiempo donde irradias esa luz que somos. Otro en donde toda la oscuridad parece habitarte. Y uno en donde ves todo con claridad y otro en donde ninguna claridad te es obvia. Uno en donde deseas salir corriendo tras del amor y otra en donde esperas pacientemente que el amor te toque otra vez. Porque hay tiempo para aprender de las experiencias y sin miedo volverte más sabio. Más sagaz. Más atento.


Hay un tiempo preciso para cada cosa. Saberlo es el gran reto. Porque debemos permitir que el tiempo pase tranquilamente. Es la colección de instantes. Es el recuerdo de momentos que pasan y muchas veces se instalan en nosotros o muchas veces se va de prisa sin que siquiera notemos.


Hay un tiempo para olvidar. Porque él mismo es el olvido. Y hay un tiempo de quietud en donde toda la placidez se nos entrega como un merecimiento a algo. A quienes somos. A quienes hemos sido. A quienes seremos. Un tiempo gratificante en donde todo transcurre en una velocidad distinta. En una que muchas veces no nos permitimos. Porque casi siempre tenemos nuestra vida llena de prisa.


Hay un tiempo para vivir más lento. Sin prisa. Con pausa. Un tiempo eterno que nos hace más sosegados y nos lleva a una paz increíblemente bella.


Hay un tiempo…

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Foto del escritor: Martha Elena Llano SernaMartha Elena Llano Serna

Cuando no somos capaces de llegar a acuerdos. Cuando vemos la vida solo desde nuestra perspectiva. Desde nuestro color. Nuestra raza. Nuestra religión o fe. Desde el lado que solo podemos ver nosotros.


Perdemos si no aceptamos la diversidad. Porque en ella está el todo. Y todos somos el todo. La sumatoria. De creencias. Colores. Razas. Religiones. Partidos. Somos tan complejos que cada una de nuestras células nos llama a gritos por aquello en lo que creemos y lo hacemos olvidando al otro. A ese que está tan cerca de nuestra piel que nos quema. A esos que son nuestra familia. Nuestros hermanos. Nuestra madre y padre. Nuestros hijos. Nuestros amigos.

Perdemos cuando creemos que el mundo es el que vemos. Porque el que no vemos también lo es. Y ambos son. Y se complementan. Y son la unión. Y son la fortaleza. Y la fuerza. Y la verdad. Y la justicia. Y la transparencia y lo oscuro. En los complementos está todo. Allí se encuentran ese verde oscuro con la claridad de las montañas y el cielo con el azul perfecto de un amanecer con tintes rosados.


Perdemos cuando no escuchamos. Cuando nuestra palabra va primero. Cuando nuestras experiencias priman sobre la de otros. Cuando no paramos de hablar y de opinar sin escuchar al silencioso. Cuando subimos nuestra ceja ante la diferencia. Ante quienes amamos locamente los animales o el monte. Ante quienes se desviven por andar frenéticamente en las ciudades insostenibles.


Perdemos cuando no somos capaces de tomarnos de la mano como hermanos y sanar aquello que duele. Esos vacíos. Esa desesperanza. Esas situaciones en las que nos pone la vida. Esas en las que hasta nos inventamos. Esas en las que nosotros mismos nos ponemos como retos personales para ser siempre mejores humanos.


Perdemos cuando un amigo se aleja. Cuando un familiar no te habla. Cuando una discusión no termina en risas. Cuando las risas no terminan en un abrazo fraterno. De complicidad. Porque puede que no haya otro. Porque puede que la vida nos tenga en la esquina preparada una lección. O muy cerca. Allí en donde no podemos ver el acecho de lo inesperado. De lo invisible. De esas experiencias que tanto tememos.


Perdemos cuando no sonreímos al despertar. Cuando no somos capaces de ver la belleza de todo aún cuando haga frío y solo veas el sol en tu memoria. Y la lluvia se apodere de todo. O la hojarasca cubra todo. Hasta tus pasos. Hasta tu caminar. Hasta tus recuerdos.

Perdemos cuando no hallamos la paz en nuestros corazones. Porque allí es donde ella habita. Y siempre está a la espera de que la invitemos a inundar nuestro espíritu con ella. A pesar de todo. A pesar de las desilusiones. De las discusiones. De las dificultades. De las consecuencias de nuestros actos. De la falta de fe. De la desesperanza.


Perdemos cuando no nos vemos. Cuando nos desconocemos. Cuando no sabemos quien vive en nosotros. Y porque hacemos lo que hacemos. O porque dejamos de hacer lo obvio. Lo evidente. Lo necesario. Lo que es. Lo que tiene que ser.


Perdemos cuando la humildad no es nuestra aliada. Cuando la sonrisa del débil no nos conmueve. O cuando la mano de un hermano se nos hace lejana. O la de un amigo. O la de un hijo. O la de esos seres que nos encontramos por ahí y que deben tocar nuestro corazón.

Perdemos cuando nos perdemos en este viaje de la vida. Y nos dejamos llevar por lo que no es. Por lo que no hará a nuestro espíritu más hermoso. Más sutil. Mas liviano. Mas humano.

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Foto del escritor: Martha Elena Llano SernaMartha Elena Llano Serna

Para lo que hay por hacer. Por ver. Por conquistar. Por tocar. Por oler. Por gustar. Por ser...

El tiempo es corto para lograr tantos sueños. Por eso debemos ir de uno en uno. Sin prisa. Para lentamente descubrir las maravillas de la vida. De nuestra propia vida. De la vida de nuestros hijos. De aquellos que nos son tan cercanos. Tan nuestros.


El tiempo es corto para poder ver todos los amaneceres. Para caminar suavemente por la arena de las playas que amamos. Por las montañas que habitamos. Por los valles que visitamos. Por la nieve perpetua que ya pronto no será.


El tiempo es corto para visitar a todos nuestros queridos amigos. Y pasear con ellos. O sin ellos. Inclusive con nuestros peludos de cuatro patas.


El tiempo es corto para tantos abrazos por compartir. Para tantos besos apretaos que quisiéramos dar. Para recostarnos sobre la arena a mirar las estrellas. O para divisar la luna llena brillando sobre el mar.


El tiempo es corto para decirnos todo. Para decirlo todo. Para plasmar con letras lo que sentimos. Lo que siento. Lo que vibro. Lo que tengo. Lo que doy. Lo que obtengo. Lo que no puedo resistir. Lo que olvido. Lo que recuerdo. Lo que reclamo.

El tiempo es corto. Y a la vez eterno. Porque podemos conquistarnos. Sin dudarlo.


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Martha Llano 2024®
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