Todos y cada uno. Venimos en diversas formas. Escogemos quiénes queremos ser. Definimos nuestro transitar. Es una elección personal, espiritual, carnal. Somos hijos del viento y de la luna. Pasamos nueve meses en una cuna maravillosa, colgando del útero de nuestra madre, sumergidos en agua salada como el mar que somos. Y es que somos mar. Por eso nuestro anhelo siempre de volver. De permanecer allí. De quedarnos allí para siempre. Como lo que siento hoy yo, sabiendo que no será siempre en Gaia. Pero que sí será siempre en el mar.
A que somos diferentes, y a que hoy mis manos se mueven con más dulzura sobre este teclado. Porque nos debemos mover por el mundo de una forma amorosa y dulce, tratando siempre a los demás como queremos que nos traten a nosotros. Es fácil. Cuando uno se sube a esa corriente que es el amor, todo fluye suavemente como cuando te montas en una ola surcando, o en un velero galopando en la mar.
A que somos diferentes. Tanto, que hoy yo estoy aquí escribiendo porque ya es de mañana, cuando muchos apenas están de fiesta y otros apenas llegando a casa de trabajar. Dormimos diferente, yo duermo en hamaca y no siento que esté en mi casa colgada sino colgada del universo entero, de una estrella que me sostiene y me mece. Hay veces pienso que si durmieramos más ergonómicamente, nos dolería menos el cuerpo. Porque si vivimos en una hamaca de carne y hueso durante nueve meses, salir a quedarnos acostados quietos por muchos meses, como que no me cuadra.
A que somos diferentes, tanto pero tanto, que convivir en pareja y en familia nos está costando hasta nuestra vida. Y no tiene sentido. Podemos vivir juntos y no estar todo el tiempo revueltos. Debe en nuevos modelos de casas, diferentes, pero que nos permitirán seguir amándonos sin atropellarnos, sin maltratarnos, sin matarnos. Sin que nuestros espíritus se sientan agobiados. Sin que el otro nos exija cambiar nuestros deseos por los de él o ella. Porque somos espíritus que vinimos con diferentes misiones, con diferentes experiencias por vivir, para aprender y enseñar a quienes nos rodean y también a quienes no conocemos pero que en un fractal tocan nuestras vidas y nosotros la de ellos.
A que somos diferentes. Pero al fin de cuenta iguales y espejo del otro. Del cosmos, de esta galaxia y de las otras galaxias. De cada partícula, de cada átomo, de cada célula, de todo y de nada. Porque la nada es el todo y el todo es la nada. Partículas diminutas que se unen en nuestra mirada. En nuestro andar y transitar por el mundo, como yo, encontrando tesoros en cada casa, en cada esquina, en cualquier calle, en cualquier instante, en donde me mueve la ilusión de verte una vez más.
A que somos diferentes. Tanto que unos ven un papel con números y yo veo árboles con vida y con más. Con millones de especies viviendo en este Robledal que amo con locura. Y el cual será conservado a perpetuidad para que Anuk, esa niña del futuro que inventé o a lo mejor que existirá o que ya existe en tiempos paralelos, no sienta reproche alguno por la humanidad que le dejó el planeta sin agua, sin flores, sin árboles, sin un cielo estrellado que ver, sin especies hermosas y luminosas como las ballenas que me cantan y me rozan en sueños y me dan un poco de su hermosura.
A que somos diferentes. Menos mal. Porque nuestra diversidad nos hace ricos y fuertes. Nos hace mejor como especie.
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