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Foto del escritorMartha Elena Llano Serna

Aquí donde la tierra respira


Aquí donde la tierra respira sé que existieron otros. Antes que nosotros. Más o menos humanos éramos lo mismo. Un animal intentándolo todo. Todo es todo. Inventándonos excusas para tratar de comprender quienes somos y qué hacemos aquí. Porque es inexplicable. Nacemos y no lo sabemos hasta bien jóvenes. Somos ese maremagnum de estrellas en el firmamento contenidas en nuestro cuerpo, en nuestro cerebro, en nuestro corazón. Nos cruzamos con otro y creemos que alinear esas estrellas es fácil pero no. Nos atraemos y nos amamos y podemos algunos y otros no, por decisión o por misterio, engendrar una estrellita dorada que se calienta en nuestro vientre hasta que un día ya no cabe más. Y entonces damos a luz esa estrella. Qué simbólico. Porque no somos cuerpos. Somos estrellas y constelaciones enteras unidas sublimemente en una sola.

Aquí donde la tierra respira uno se queda definitivamente sin aliento. Poder ver a los seres que habitan estas latitudes no tiene explicación. !Si bien saben los que saben que vinimos a vivir emociones! El resto es literal, ese invento humano para tratar de dilucidar nuestro paso efímero por esta faz. Los contrastes de otras manadas, otras bandadas, de otras colonias, de otras miradas, de otros que también necesitan lo mismo que nosotros y que luchan ahora por conseguirlo es absurdo. Malditos humanos nosotros que hoy en vez de que los pingüinos rey tengan que nadar 50 o 100 kilómetros tengan que hacerlo 1000, 1500 me da un dolor que no deja de ahogarme. Yo no fui... trataba de decirles ayer. Ya no produzco basura. Es mi reto personal sin obsesionarme. Pero sé en donde estoy parada y cuánto nos queda de esta forma en que nos gastamos el planeta. Ayer cada silencio de ellos me llegaba bien adentro. Tuve que retirarme un poco. No resistía saber que hayan tantas putas monas¨ en el mundo que no solo seguro no les gustan los perros sino que se creen el centro del mundo y no pueden comprender que no estamos solos. Que este paisaje no es solo nuestro. Que estas huellas que dejamos deberían ser casi que invisibles.

Aquí donde la tierra respira uno quiera volverse diminuto y poder observarlo todo con la mayor prudencia del mundo. Pero eso no somos. Los humanos no somos prudentes. No hemos hallado la forma de transitar sin dejar huella. Hemos convertido el planeta en lo que hemos querido. O han querido. Porque por mí, lo dejaba tal y cual estaba. Porque eso de industrializar el mundo natural me ha costado. No somos los reyes del mundo, los de ayer sí lo eran. Pingüinos rey. No emperadores. Casi. Pero nos topamos con unos reyes en donde habían unas reinas divinas y unos reyesitos emplumados de tres meses y otros apenas calienticos en una bolita blanca que en dos meses romperán para saber qué es la puta bulla de los de afuera. Son familias. Son grupos que permanecen unidos y que se protegen ahora en tierra de un invasor que los tiene diezmados. El zorro. Siempre aparecen. Zorras o zorros pero aparecen. Pero a éstos sí los entiendo. También tienen hambre. También tienen otras boquitas que alimentar. Hay que aceptarlo.

Aquí donde la tierra respira, el sol quema y el frío es exuberante uno pensaría que solo habita la quietud. Pero no. Habita el torbellino de la vida misma que se desgarra por ser, por estar, por existir. Está en todo. Está en el aire frío que uno respira y que quema desde adentro. Las ñatas duelen y las orejas parece que ya fueran de hielo. Y aún así el espíritu quiere más. Somos una fuente inagotable de deseos, de posibilidades, de creación, de dulzura y también de amargura. Creemos que nos la sabemos todas y vienen estos amaneceres y estos atardeceres y esta nieve y te desgarra, te arranca esas emociones que ni sabías que tenías. No así, no de esta forma. No blancas y doradas, no serenas y tan placenteras. Me acerco a mis 55 y sé que éste es mi gran regalo. Cada una de éstas dichas, es lo merecido. Sí. Me lo merezco. He trabajado tan duro afuera de mi mundo y adentro en él...que solo mis más cercanos pueden saberlo. Y allá lejos un bosquecito siente desde mis pies aquí, el roce sutil a las raíces de sus árboles y reímos. Allí sentada le dije a ese gran árbol grande que llamo Pepe que habían otros, que somos muchos, que el poder de la tierra aunque no lo creamos es mayor que el de cualquier otra cosa. Somos unas diminutas hormigas y ellos gigantes alados y parados más anclados que otro ser. A los indígenas que lo han comprendido les agradezco haber dejado en mis ancestros ese respeto por todo lo que vemos. Ellos me han enseñado lo que sé. Puedo acercarme a una roca, a un árbol, a un grillo, a un pingüino, a una llama, a una mona, a mi hijo y reconocer en ellos, en todos, espíritus que tienen algo por enseñarme y yo recíprocamente ser también algo para ellos. Algo, cualquier cosa, porque yo hay algo que siempre procuro tener: compasión.

Aquí donde la tierra respira, siento que todos somos hermanos. Luchamos por separarnos y al final, somos uno. Solo uno.

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