Es cuando más debemos hacerlo. Porque es la vida misma hablándonos clarito a nosotros y a los otros que nos rodean. Y aunque uno se niegue, ahí están los hechos y los recuerdos para demostrarnos qué es cierto.
Y es cierto el dolor, es cierta la tristeza, es cierto el abandono, el olvido. Es cierto que le hacemos daño a nuestros seres amados con nuestra desidia, con nuestra actitud, con nuestras pocas muestras de afecto, con nuestro comportamiento y con ese “yo no fui”, que si fue, y que por más que intentemos esquivar, ahí está.
Cuando no queremos aceptar nuestra responsabilidad, sometemos a los otros hasta sus propios límites. Porque en realidad, aunque cada uno es responsable, cuando hay demasiado amor de por medio, llevamos a nuestro espíritu hasta más allá de lo conocido. Y así fue. Así lo siento. Fui a un lugar hermoso y mágico de mi propio mundo. Y en él permanecí cuando tal vez, me era imposible cambiar mi propia realidad.
Cuando no queremos aceptar nuestra responsabilidad sobre lo que hacemos, pensamos o decimos, vienen los recuerdos, a jugar un hermoso papel sobre nuestras vidas y así demostrarnos que todo fue cierto, que ahí están los recuerdos guardados bien adentro de nuestra memoria y que todo lo vivido desde el vientre de nuestra madre, es en realidad ese patrimonio que todos tenemos de haber vivido esta vida humana.
Y esta vida humana es todo lo que tenemos para vivir con todo el compromiso y la tenacidad que decidamos. Porque nadie nos dijo qué iba a ser fácil, aunque ahora parezca tan conmovedoramente difícil. Porque lo es y porque tal vez lo sea en el futuro o lo haya sido en el pasado. La vida es la vida y es perfecta. Y por más que deseemos que las cosas ocurran de una forma, eventualmente pasan de otra, y uno se aferra a antiguas ideas preconcebidas sobre sus propios deseos y salirse de la zona cómoda de la vida es un gran reto.
Pero hay que salirse. Del todo. Y aceptar lo que viene y lo que venga con todo el amor posible para hacer de las transiciones hacia cambios importantes lo más sereno que se pueda. Aunque parezca que no se puede. Porque se puede de eso y más. Una vieja amiga navegante me lo dijo. Me dijo que todo estaría bien a pesar de tanto dolor y de esa nueva capa de piel que se desprendía de mi experiencia. Me lo advirtió y me lo repitió. Y aunque yo le creí, nada se puede comparar con lo sentido cuando pude al menos desplegar mis alas y renacer nuevamente desde mis propias cenizas.
Al final nada existe. Y todo existe. Vivimos buscando respuestas inexplicables a nuestra vida y a nuestro andar por este mundo. Y las experiencias son eso, porque la vida que buscamos está contenida en ellas. Y no hay más. Y por eso el objetivo único y primordial es que encontremos el equilibrio en la felicidad. En esa hermosa palabra que lo puede envolver todo cuando así es. Ser felices es nuestro destino y nuestro viaje permanente debe serlo para que nuestro espíritu tenga ese halo que nos rodea y toca a todo lo que vemos y lo que no vemos.
Bendita experiencia humana que cuando es mas desgarradora más cosechas nos da y mejores noticias nos llegan hasta de nuestros propios recuerdos. Porque somos seres poderosos. Seres misteriosos llenos de historia, de pasados y presentes. De miles de historias que quedan condensadas en nuestro trasegar. Y que un día cualquiera, podemos desenvolver como una cinta de película para apelar a eso que nos permitirá vivir un día más: los buenos recuerdos.
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