Qué fácil se escriben estas palabras. Mi teclado ni titubea. Sólo aparecen las letras que mi cerebro piensa. Que la misma música pronuncia. Que están en el aire del mundo hoy. Que mi altar me dice en un susurro de sorpresa y de paz.
Qué fácil se piensan estas palabras. Cuando fuimos niños es lo que primero aprendemos al encontrarnos a un pequeñito igual a nosotros al que le queremos arrebatar lo que tiene en sus manos. Aprendemos que somos territoriales y que queremos algo y lo protegemos o que cuando queremos algo que no es nuestro, pues no es tan fácil. Lo dejamos ir, y olvidamos pronto. Pero lo aprendemos. Hay quienes nunca aprendieron. O sus padres no les pusieron los límites de lo ajeno. Y no todo es nuestro.
Déjalo ir, vive y deja vivir. ¿Qué no sabes que lo que ya entregaste no te pertenece? La energía que habita ese lugar, ese juguete, esa relación, esos seres, ya es otra? Suelta de una vez que entre más te resistas, más te la crees y te aferras a la idea de que es tuyo. Y no. No. Fue y lo soltaste y ahora millones de seres que habitan ahí, aquí y allá lo protegen con sus vidas. Lo protegemos con nuestras vidas. Así sin más explicaciones.
Mi teclado no titubea. Va es siguiendo mis manos. Mi espíritu lo empuja diciéndole hay que decirlo todo. Todo. Porque la injusticia que también habita estos días este hermoso planeta tiene que ceder y desaparecer. Ni siquiera trasladarse de planeta. No le deseo eso a ningún lugar. La injusticia es la antítesis de esa Diosa hermosa que hoy está tan cerca de todo lo que es verdadero y real.
Qué fácil se piensan las palabras. Qué fácil las pronunciamos y nos arrepentimos muchas veces. Especialmente cuando esa velocidad es empujada no por el amor pero sí por el odio y la rabia. Enemigos del amor. Aunque el amor no tiene enemigos. No hay con qué enfrentar semejante grandeza. Semejante poder. No hay con qué. Él y ella son y su fuerza se expande desde el centro de nuestros corazones y toca todo lo que ve. Y lo que no ve.
Déjalo ir, vive y deja vivir. ¿No ves lo cargado que estás? Hasta cuándo vas a permitirte que el mal habite esa mirada de rabia y de dolor? Suelta. Déjalo ir. Déjalo. Tus padres no tuvieron la culpa. Menos tus hermanos. Menos tu esposa y tus hijos. Menos yo y mi hijo. Menos este bosque. Menos los nuevos seres que han llegado, los que ya habían llegado. Esa guacharaca que viene en busca de cositas. O ese par de águilas que solo pocos hemos visto por aquí.
Mi corazón no titubea hoy. No tengo duda. Ni prisa, el momento es el justo, El preciso. Es hoy. Y todos los Dioses están conmigo y con nosotros...este es el precio de estar en la zona urbana de un bosque de niebla en donde yo solo veo aire y agua, hojas y verde, árboles y semillas. Éste es. Una especie depredadora queriendo subir por las montañas arrasando con lo que encuentre a su paso. Pues déjame decirte que en ese paso ya habíamos otros preparándonos para proteger lo que hemos amado durante años. Ya éramos conscientes de esto y nuestro espíritu se preparó y está listo para con barreras de amor hacer lo preciso. Hoy se van de este bosque las especies invasoras que como el ojo de poeta quieren venir y asfixiarlo todo.
Déjalo ir, vive y deja vivir. Suelta. La vida sin tantas cosas es más liviana. Más serena. Más en paz. Puedes apreciar el firmamento y disfrutar de la neblina como hago ahora. Es fría, no pesa, no te toca pero puedes ver cómo te rodea. Está y no está. Es. Así simplemente. Misteriosa. Como el halo de la vida que nos permite respirar y encontrar en ese bocanado de aire la vida. Esa que desperdiciamos cargando a cuestas lo que no nos pertenece. Lo que es de otros y lo queremos cargar nosotros. Lo que es nuestro pero que ya tampoco nos pertenece porque es de un pasado lejano que ya no es. Porque esas cosas que hay hoy en nuestra habitación, en nuestra casa, en nuestros lugares, es el reflejo de lo que aún seguimos cargando como si quisiéramos llevar a cuesta tanto que no podemos ni cargar. Si cabe en tu morral, va. Si no, déjalo ir, suelta, vive y deja vivir.
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