Desearía que todo se te cumpliera. Que el cielo permaneciera azul. Y que ninguno de tus días fuera gris.
Desearía que el sol saliera siempre. Que la lluvia te rozara apenas. Que la neblina no te enfriara. Y que el frío jamás llegara a tocarte. Que el agua que bebieras siempre fuera pura y que los páramos no se derritieran. Que no hubiera nadie en la calle sin pan. Y sin techo. Que las balas fueran llenas de amor y que nadie muriera por odio. Que de hecho el odio no existiera.
Desearía que cada ser tuviera lo justo. Lo preciso. Que sus lágrimas jamás fueran de traición. Y que la guerra nunca tocara a nadie. Ni a los bosques. Ni a la selvas. Ni a los mares. Desearía que ese polvo mágico que hoy nos agobia se convirtiera en mágico y permitiera que la paz llegara a todas partes. Que los países que hoy sufren y las familias que hoy lloran a sus seres amados nunca tuvieran que derramar una lágrima más.
Desearía que tuviéramos una oportunidad más como especie. Que nuestro camino se detuviera y que pudiéramos pensar. Eso. Pensar. Lo que ya tan poco se hace. Para detenernos en ese desenfrenado afán de comprarlo todo. De tenerlo todo. De poseerlo todo.
Desearía que sus árboles de navidad fueran de verdad y los tuvieran siempre cerca para abrazarlos cuando necesiten un abrazo. Que las luces que hoy iluminan sus casas fueran esa llama interior que nunca debemos dejar apagar.
Desearía que la soledad que muchos sienten hoy se pudiera llenar con una sonrisa de un extraño. Que las enfermedades que muchos padecen sanen y les permitan recobrar nuevamente su salud con la sola mirada de sus seres amados.
Desearía que quienes tienen estrellas en el cielo las puedan sentir y ver. Y los que aún tienen a sus padres y a sus hijos los disfruten verdaderamente. Que los visiten y los acompañen en esos momentos particulares de nuestra cultura en donde todos nos volcamos en las mismas celebraciones para acercarnos más los unos a los otros.
Desearía que cada niño fuera a la cama sin hambre y que sus padres pudieran acompañarlos cada noche para que supieran que están seguros. Porque no hay nada que temer. Nada.
Desearía que quienes no reciban un regalo al menos reciban un abrazo de sus seres amados. Y les muestren el verdadero camino. Para que siempre recuerden que no son las cosas sino los hechos los que nos hacen mejores.
Desearía que hoy nadie sufriera. Ni un animal. Nadie ni nada. Que los ríos no se estuvieran muriendo ahogados en el barro que deja la minería. Y que ningún oso polar muriera de hambre porque el calentamiento no les permite encontrar ya su alimento. Ni que fueran cazados porque un país lo permite. Como si fuéramos dueños de todo lo que hay en este planeta azul.
Desearía que el placer de la tarde en buena compañía siempre fuera eterna. Que los almuerzos en familia se repitieran cada día. Que todo dejáramos a un lado nuestros dispositivos inteligentes y nos pudiéramos comunicar más inteligentemente con aquellos que amamos. Que el mundo virtual solo fuera usado en casos precisos y que nos permitiéramos más tiempo con los amigos. Que camináramos más en los bosques. Que el agua tibia del mar siempre estuviera cerca para curarnos de todos nuestros males.
Desearía que supiéramos discernir entre lo urgente y lo importante. Para que recordáramos que no son los regalos sino el tiempo lo más valioso que nos podemos regalar.
Desearía esto y mucho más para cada uno de nosotros. Siempre.
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