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Foto del escritorMartha Elena Llano Serna

La exuberancia del frío


Es hasta absurda. Porque te entra por todos los sentidos y quedas extasiado como esas noches de dulzura y de amor en donde los cuerpos se funden sin cesar. Solo comparable a una noche de amor rodeada de plancton en ese trópico del chocó. Aquí es donde uno siente que cada instante cuenta, que cada segundo es importante, que un minuto es la eternidad y que estás vivo, que sientes, que respiras, que cada bocanada se te va al infinito y más allá de tu cuerpo y tus células ni cortas ni perezosas quieren más, siempre más.

La exuberancia del frío me deja atónita. Porque cruza los umbrales de lo que he sentido. Siento que desde aquí hasta mi robledal, éstos árboles le envían información a todos los árboles de allá y nosotros escasamente lo podemos entender. Porque si escasamente podemos escuchar nuestra voz, la de nuestros amigos, la de nuestras familias, la de nuestros abuelos, ¿cómo poder escuchar la voz de la tierra? parece casi inconcebible. Qué extraña palabra de escribir y de decir y de entender. La tierra habla. Nos susurra. Nos dice sus secretos. Nos muestra su belleza a cada instante. Y apenas podemos verla. Tocarla. Sentirla. Pero si es que apenas podemos con nosotros que ya somos un exceso.

La exuberancia del frío me ha regalado viajes a mi interior. Y gratis. Bueno más o menos. En algunos me he ido tan lejos que no han sido tan gratis. Pensaba ir un poquito lejos pero me excedí. Como buena artista. Reconocerme como tal fue uno de ellos. Porque la sensibilidad de quienes nos llamamos artistas es eso, el exceso. El exceso para otros, la delicia para uno. El exceso para muchos, la liviandad para mí. El exceso para mi muchas veces, pero esas veces cojo esta cajita gris o cualquier cosa, una servilleta blanca y le doy rienda suelta a mi placer de escribir, a mi don, a que mis dedos suenen con este piano que escucho pero que lo transformo en palabras.

La exuberancia del frío es transparente, liviana, sutil, silenciosa, milagrosa, mágica, sanadora, tranquila, hay veces hasta demente...porque en ella es que te escuchas, te ves, te sentís, te aceptas o no. Depende de donde tengas tu centro. Y yo agradezco haber venido con mi centro en mi centro. Porque así aunque extrañe a mis amados y a mi cotidianidad, puedo sentir la plenitud absoluta del instante, del presente, del ahora. De este momento en donde mi alma tibia siente que está completa, que nada falta, que soy una, única.

La exuberancia del frío cuenta historias. En cada hoja que cae. En cada árbol que tiene mil formas y que por un instante uno siente que te miran todos a la vez y que cuando te volteas ellos se quedan quietos para que no los veas, para que no los observes más, para que no afectes su vida. Para que no le creas solo a los científicos que los ven como lo que no son. Porque son más que eso. Son espíritus de la tierra que respiran por vos, por nosotros, que cambian todo con sus ramas y sus hojas y que su tronco es un rayo de luz que seguro seguro ven desde el más allá. Hay veces quisiera ser árbol para sentir por un instante qué es lo que tanto ven que ellos se quedan tan quietesitos...tanto...pero tanto.

En la exuberancia del frío compruebo que nos enseñaron a no ver. Porque aquí, tus ojos tienen que acostumbrarse a realmente ver más que un solo blanco. No hay solo uno. Hay cientos. Hay miles. Y justo ahora cierro mis ojos, con lágrimas en ellos por agradecimiento. Por ser quien soy. Por venir de donde vengo. Por la familia humana que escogí. Por la familia perruna con qué he vivido a lo largo de mi vida. Tengo miles de recuerdos de todos y al cerrar los ojos en esta plenitud de mis casi 55 vueltas al sol, solo puedo dejar correr las lágrimas por mis mejillas. Porque ellas acarician dulcemente mi rostro y mi existencia.

En la exuberancia del blanco parece que se originara todo. Porque blanco es brillar, destellar, quemar...y aquí todo eso verdad. Como muchos instantes de nuestras vidas en donde todo junto viene a recordarnos que estamos vivos, que no somos eternos como cuerpo, que el espíritu permanece y que tal vez se transforma. Y que mientras eso sucede, cada día es una oportunidad de estar listos y en paz con este universo que habitamos, con este mundo que somos. Porque somos también la exuberancia del frío, y la tibieza del corazón que late incansablemente para mantener ese calor que somos. Porque nuestro corazón es nuestro hogar. La hoguera de nuestro mundo. Y mientras él lata, nosotros permaneceremos conectados con el corazón del mundo.

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