En un instante descubrí lo que es. Es mi segunda piel. Por eso lo siento tan cercano, por eso me duele su dolor, por eso siento tan profundamente cada cosa que le pasa, cada ser que camina sobre él sin la consciencia que se merece. Como sobre mi piel. Porque cuando se acercan demasiado que me quema y la dulzura no es tal, mi piel puede ser un erizo, y un cocodrilo y puedo ser jaguar y puedo volar de allí y huir lejos y alejarme de quienes aún no comprenden el significado de la palabra vida.
He deseado desde niña recrear aquello que vi algún día siendo muy pequeñita. Sabía que estaba con quienes me cuidaban y amaban. Sabía que a lo lejos estaba aquel hombre a quien yo le sonreía mientras me observaba, la manga de alguna parte que podía ser el borde de alguna quebrada o río, estaba tan cerca de mi rostro que aún recuerdo los pelitos de esas hojas, vi un arbolito en su interior que ahora sé que se llama espartillo, un grillo, que hoy para mí todos son Pepes, una mariposa se posó en mi nariz y pude ver tan de cerca sus ojos y sus bigotes, eso eran para mi, que hasta pude verle el alma. Todo tiene espíritu. Eso lo sé desde pequeñita, porque todo me miraba, todo me acariciaba, todo me hablaba, eran también mi familia.
Incansablemente he perseguido ese instante para volver a ver todo aquello, esa ha sido mi vida, acercarme a las mariposas y verles el alma, tocar los espartillos, ver volar las semillas del diente de león, contar pétalos, sentir el espíritu del fuego y del agua, del aire, tocar tierra con todo lo que sé y soy. La tierra sin darme cuenta se convirtió en mi segunda piel y apenas puedo ponerle palabra desde esta semana que regresé a mi origen. A ese que he perseguido durante más de 50 años. Me ha costado, casi la vida, pero me soy fiel, lo he hecho con certeza y sin duda. Lo he hecho con respeto y defendiéndome a capa y espada, con púas de erizo y camuflada algunas veces como ese jaguar que una vez se nos acercó en nuestra hamaca y no nos hizo nada porque no le olimos bien, o a ese puma al que pude ver tan de cerca que ví todo el universo en sus ojos.
Mi bosque desde hace 29 años se convirtió en todo eso. En la quebrada, el espartillo, la mariposa, en el tucán y también en el zorro, en las orquídeas que con su aroma me embriagan y en el cielo tan estrellado que he visto, que sé con toda certeza que somos uno con el cosmos. Estos robles me han abrigado y protegido, y hace poco que uno cayó a escasos metros de mi casita Nawal entendí nuevamente que a los amigos y familia se protege y no se ataca ni se daña, no se traiciona y no se olvidan. Podemos ser diferentes, pero igual somos familia, nos une un hilo invisible indestructible, como me une a mi hoy con este bosque. Porque en su interior están contenidos también los seres y los espíritus que me han acompañado desde niña. Ahora tengo Tipi, ese que tuve rojo de indios americanos. Mi niñez no fue igual a la de nadie. Para mí, si mejor, tuve un padre enorme. Una madre tolerante ante esa diferencia. Pero ambos me hicieron y no puedo sino agradecerles. Porque desde esa diferencia me aterrizaron en este mundo desde que nací.
Mi bosque es mi segunda piel, en él no siento frío ni calor, no siento el tiempo inventado por los humanos aunque sí puedo observar el paso de la vida y el cambio de todos. He crecido al lado de este bosque y sus árboles, y me he preguntado muchas veces si tomé la decisión correcta al permitir que otros ingresaran a construir sus nidos en él. Porque ciertamente cada uno llegaría con su propia historia, con sus propios grillos y erizos, con su propio jaguar y espartillos, y con seguridad, ninguna de esas historias, ni la de mi propio hijo, tendría la cercanía y la conciencia que he tenido yo. Porque cada uno es un ser distinto. Y me he resistido a creer que puedan hacerle daño, y que corten sus árboles sin dolor, que donde yo veo seres vivos, ellos solo vean y sientan que son palos y que allí no hay nada más. Quisiera haber podido llevarlos hasta mi infancia primero para mostrarles el alma de la mariposa y del fuego y del aire. Para que sin zapatos tocaran tierra y sintieran que nosotros pertenecemos a lo mismo, que somos lo mismo, que nuestras plantas de los pies sin saberlo se comunican con las raíces de los árboles como lo hacen entre ellos. Los árboles son sociales como nosotros, anhelo con toda mi alma que todos pudieran ver cuando un árbol se alza para mirarte y una rama se estira para tocarte, o que las flores se dan la vuelta completamente para sentir el sol y de paso te guiñan con un pétalo y te dan una sonrisa. Esa que todos necesitamos tanto como la Luna. Porque todos somos agua.
Por fin puedo ver y comprender que sos mi segunda piel y que me estabas abrazando y protegiendo, que nos tocamos en el mismo espacio y somos una. Hoy abrazo con más ternura este bosque porque es mi pasado, mi presente y mi futuro. Es el presente de millones de especies que no todos pueden ver, así cómo será el futuro de muchos que no conocemos pero que existirán y dependerán de su aire, de su agua, de estos robles gigantes que amo con locura como si fueran mis propios hijos, mis hermanos, mi familia.
Mi segunda piel es el más hermoso regalo que recibí desde que nací y apenas esta semana lo comprendí y pude dormir tan profundamente como cuando uno regresa a casa de un viaje de más de 50 años.
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