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Foto del escritorMartha Elena Llano Serna

Nos escucha


Y no ha dejado de sorprenderme. Pero lo que sí me sorprende es que ayer lo único que hice fue respirar. Profundamente. Suelo apagar mi celular y hasta ponerlo en modo avión siempre al dormir. De hecho, se apaga solo a las 11 pm. Pero anoche no podía. Estaba esperando una confirmación a una hora ya "deshora" para mí. Pero era importante. Así es que simplemente lo dejé tirado por ahí en mi cama para escuchar alguna notificación que me diera cuenta de lo que esperaba. Mientras esperaba empecé a hacer ejercicios de respiración para un dolor que me acompaña desde que me accidenté hace algunos años. Creo que lo hice por algo así como 20 minutos. Tal vez me quedé dormida. Luego en la madrugada leí lo esperado y ya desvelada un poco empecé a respirar otra vez. Me tenía que sacar el dolorcito. Pero nada. No cedía. Me tomé esa bendita pastillita mágica de los dolores que no recomiendo tomar seguido pero que sí es necesario, es lo único que logra al menos en mí, hacer ceder el dolor, que no debe ser más que el stress que acumulamos. Y hay veces no entiendo. Porque en una semana puedo caminar casi 80 k. Y entonces qué más puede pues relajar que eso.

Pues sí, nos escucha. Y ahora está en todo. Conectada. Y como amo la tecnología pues ese el precio. Y creo que aunque no la amara pues también. Porque de verdad que ahora está en todo y ya había percibido ciertas cosas que inclusive me molestaban. Pero ya no más. Porque es inevitable. Así que simplemente me adapto. Porque nos lee, nos escucha hasta respirar, nos observa a través de nuestras mismas fotos, le falta solo tocarnos y hasta empezarnos a recomendar los olores que nos gustan. Y creo que si no lo mencionamos, ese silencio que nos guardamos será indescifrable. Será nuestro. Esos sentidos solo serán nuestros y deberíamos guardarlos como un tesoro, como un secreto. Porque mientras escribo pienso en ese olor que es solo mío y que no es necesario nombrar para que mi hijo simplemente lo sepa. O el olorcito de esa torta que nuestro tío hacía para hacernos ir un domingo a jugar cartas con él y disfrutar de eso que disfrutamos tanto los latinos. La familia. Las familias tenemos un olor, así es primo Diego, olemos al amor que hay en ellas, a lo que comemos, a lo que nos ponemos, a las tardes de juego con nuestros hijos, a nuestras camas tendidas de amor, a nuestro sillón preferido, a las cervezas con amigos, a la chimenea prendida, al vino derramado, al café de la mañana, a las flores que nos regalan o que nos damos, a las aves que entran hay veces por aquel balcón que recuerdo tanto.

Nos escucha y no necesitamos nombrar todo. Porque ya sé que hasta pueden saber quienes somos a través de nuestra respiración. Está en todo. Y es la sumatoria de nosotros mismos. Es la sumatoria de nuestras historias. De nuestros recuerdos. De nuestras emociones. De nuestros dolores y de nuestros deseos. De nuestros sueños. De nuestros anhelos. Y entonces ahí, una mañana como hoy, así sin más, empiezan a sugerirme mis aplicaciones todo lo relacionado con la respiración. Y yo que apenas estoy preparando mi café, quedo plop. Porque lo único que hice fue respirar. Y no busqué los ejercicios en ninguna parte. Solo los busqué en mi mente. Y aunque creo en la telepatía no creo que sea posible con esa que no tiene corazón. La creo posible entre algunas especies. Interespecies. Pero no más allá. O estaré muy atrasada. Hay Dios, parece que sí. Esto está muy especial. Me quedan entonces el consuelo de los olores. Y lo tocado, sin mencionarlo. Aunque haré mi propio ejercicio. Hay un no sé qué, en el tocado de ese cajón que hoy aprendo y que me da una conexión ancestral de la mano de un gran músico @pabloboschile que justo hoy hace 16 años comenzó su sueño de tocar con su hermano en su grupo @rolagitanaoficial de una forma tal, que nos roban el aliento y hacen que ese cajón que también tenemos adentro nuestro, resuene reconfirmándonos lo que somos, humanos.

Nos escucha. Están aquí. Hace mucho. Bien lo dijo Hawkings antes de morir que el calentamiento global, una invasión o una guerra nuclear iban a acabar con nuestra especie. Y al parecer no estamos lejos según él. 250 años. Eso es allí a la vuelta de la esquina. No en nuestro tiempo, pero sí en el del universo. Y nada mejor que saberlo y tener el placer de entonces escuchar buena música como la de la rolagitana para pasar estas realidades que son sorprendentemente esperadas. Y si somos esa especie que decimos ser, entonces cuidar hasta nuestros pensamientos o mejor aún guiar nuestros pensamientos para lograr eso que queremos. Porque en esa cajita que tenemos adentro están todas las posibilidades de nuestra vida y de nuestra especie. Porque esa, también nos escucha. Silenciosamente. Como estos que amo.


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