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Foto del escritorMartha Elena Llano Serna

Nueve meses



El tiempo requerido para preparar en nuestro interior una nueva vida. No podemos solas. Nunca. Se necesitan dos. Esa gran energía que nos hace ver estrellas continúa durante toda nuestra vida haciendo milagros en nuestro interior y regalándonos el placer de ser algo que es tan grande que sólo podemos comprenderlo totalmente con cada día de nuestras vidas. Nuestra gran responsabilidad nunca termina, continúa, nos permea y nos exige cada día ser mejores. Por esa vida que se nos agarra bien adentro damos hasta la vida y nos mueve el corazón y el espíritu enseñándonos el real significado de amar.


Nueves meses nos exige la biología para lograr gestar un día señalado esos tesoros que son los hijos. Para todas, para todos. Mi hijo es mi poder. Sin él estaría perdida. Le dí la vida y él me la devuelve cada rato. Sus hijos son sus poderes, son esos tesoros visibles que además un día también algunos tendrán el misterioso placer de ser padres y madres y así continuar esto que somos. Una especie en constante evolución. Así es que, no solo tenemos que albergar un rayo de luz y de amor en nuestro corazón para nosotros, sino para todos ellos. Ya quisiéramos nosotros poder viajar en el tiempo y conocer los bisnietos de nuestros hijos y tomarles sus manitos para saber si lo que hicimos hoy, será bien en el futuro que estamos construyendo para ellos. Yo para los mios y para los de todas ustedes, deseo que hayan bosques, que haya aire limpio para cuando den esa primer bocanada, que el agua que para esos días exista aún se pueda beber y que todo lo que hago y hacemos hoy les garantice una gran vida, miles de caminos por recorrer y cascadas por ver y mares por conocer. Selvas, bosques, flores, mariposas y colibríes iridiscentes.


Nueves meses, un corto tiempo para que toda esa belleza pase en nuestro interior. Los mejores días de mi vida fueron cuando yo tomaba a mi pequeño en mi regazo y yo sentía que mientras yo le daba teta, sus células se multiplicaban y él sería un ser luminoso que brillaría por muchos años en este universo del que somos parte todos. Mientras estamos en embarazo, no somos una, somos dos, tres y algunas más. Tenemos dos corazones, dos cerebros, cuatro manos, cuatro piernas y de ahí para allá, dos o cuatro de todo. Y eso, eso es una fantasía. Sentir que en nuestro interior está contenida la vida pura, es una de esas cosas que ninguna mujer debería perderse. Pero ya somos muchos...no todas podrán tener ese placer, pero quienes lo tuvimos, somos madres cuyo ejemplo garantizará que la vida continúe. 


En nueves meses, algunas veces menos, como yo, ocho, logré prepararme para todos los cambios que se venían. Nunca le dicen a uno todo. Es imposible, todo no lo sabemos ni sería posible comprender siquiera todas las emociones que estos diminutos seres nos hacen sentir. Es que es ENORME, un amor imposible de medir porque no hay nada con qué comparar el hecho de que durante tal vez 280 días y noches, algunas menos, una semilla crecía en nuestro vientre y nosotros somos su luz, su agua, su aire, su tierra y su vida también. A través de un cordonsito perfecto vamos conectados con ellos mientras están en esa barriga que hay veces nos hace ver como deformes, pero que si nos miramos bien parecemos simplemente una de esas envolturas de muchas de las frutas que nos encantan. Yo parecía una granadilla, toda redonda y amé mi vientre y toda mi voluptuosidad siempre. Me amé porque yo era el cofre de ese tesoro, así de simple.


Nueves meses o menos, hemos estado todos para poder existir como lo hacemos hoy. Todos tenemos eso en común. Provenir de un rayo de luz extraño entre dos seres, ahora ya existen otras formas, pero creería uno que esa unión de esas dos sustancias con información casi idéntica pero diferente nos dan lo masculino y femenino. El yin y el yan. La luz y la oscuridad de cada uno. Somos ambas. Nos debemos a dos. Y le agradezco a mi madre haberme albergado nueves benditos meses con todas sus emociones, alegrías y tristezas, porque me mantuvo protegida, sana, segura y a salvo, para poder después albergar yo mi propia semilla y protegerla como lo hago hasta hoy.  A las madres, gracias por permitir que todo nos pase para que la luz del mundo se esparza generando esperanza para una especie que ha padecido tantas inclemencias en su evolución. Ser madre es un reto, pero es la única forma de que continuemos y seamos mejores. A todas gracias.

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Gracias, primero por tenerme en tu círculo de "amigas" y segundo por compartir tan sentidas profundas u bellas palabras

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