Es un olor fuerte, penetrante, para muchos hasta repugnante. Hasta que te conectas con ella. Con la Tierra y entonces uno empieza a extrañar su olor, muchas veces hasta su sabor. A mi las zanahorias, la remolacha y la lechuga me saben a ella. A tierra. Me encanta. Desde niña ella me abrazó y yo a ella. Desde niña ella y sus especies me observaron y yo a ellas. Nos tocamos. Nos extrañamos. Una saudade que he perseguido toda mi vida. Un olor inconfundible, como esos aromas que nos llevan a otros lugares, a otros recuerdos, a esas historias de amor que tardan años en dejarnos dormir, sin que ese olor se nos borre de la memoria. Y la verdad, nunca se borra realmente. Nos queda tatuado en la piel.
Pero no solo olvidamos a qué huele la tierra. Tampoco queremos sentir el viento, ni el frío ni mucho sol, ni qué decir de ver las estrellas. Estamos tan ocupados y conectados en todos nuestro gadgets que olvidamos mirar el cielo. Y él, nos mira, pacientemente. Como todas sus estrellas y todos esos seres que viven por ahí. Ni más faltaba que estuviéramos solos. Este ego que define nuestra especie no nos permite ver más allá de nuestras narices. Cuando ya, hasta los científicos lo dijeron. Somos más. Y sí que lo somos.
Olvidamos a qué huele la tierra y procuramos no tocarla y ella a mi, se me mete por entre la piel y me alimenta y mis uñas parecen la jardinera de mi casa y yo me siento feliz de tocarte tierra, sos parte de mi vida. Te escogí como mi casa y tus sonidos me abruman aún en estas noches de lluvia cuando la energía se descarga sobre tí y yo siento la fuerza del impacto tan fuerte. Porque me debía este tiempo en un lugar en donde recordara con cuán poco es que podemos vivir. Me siento aún sorprendida de moverme con la facilidad que puedo, y sobre todo me abruma ver cuantas cosas cargamos que nos detienen de nuestros viajes. Pueden ser cerca o lejos, pero en realidad necesitamos poco. Muy poco. Nos llenamos de cosas valiosas y de otras que estorban y ocupan espacio y tiempo y roban energía. Porque todo vibra y ya lo he escrito, todo tiene espíritu.
Voy dejando por ahí mi espíritu, mi energía y mi amor por este verde que siento tan mío, tan cerca, tan familiar. Hay veces siento que fui árbol. Hoy sé que soy una mujer árbol. Una arbola. Porque me siento aquí en este bosque en medio de tantos árboles sin mucho que me separe de ellos como si estuviera en mi propio tipi sin necesidad de ninguna tela ni de ningún fuego. Aqui estamos los que somos. Mis perras me acompañan en silencio y me observan. Saben que estoy mudando de piel. Y que entre menos me miren o me toquen, más rápido mudaré y entonces ellas me dejan quieta. Simplemente me vigilan. Me protegen, me aman.
Olvidamos a qué huele la tierra. Y somos tierra. Olvidamos que nuestro cuerpo está hecho de lo mismo que todo y que nuestra composición es principalmente agua. Eso nos hace vulnerables, sensibles. A mi me echaron el baldado completico y yo me dejé. Y así voy viviendo convencida de que esta naturaleza que amo tanto, es en realidad mi centro, mi norte. Yo la busco y ella a mi. Como esta nueva tucaneta esmeralda que llega a mi vida para que juntas nos rehabilitemos de lo que sea. Cuando la veo observando afuera, puedo reconocer esa mirada, yo misma la he visto en mi. La libertad es para ambas esa necesidad para poder estar vivas. Puedo sentirlo. Y ella en el acto más importante que pueda existir entre los seres, me agradece. Yo le agradezco a la mujer que la recogió de la calle. Necesitamos más seres conectados con el mundo natural. Es la única opción que tenemos para equilibrar este mundo en el que ya la vida es un suspiro.
Olvidamos a qué huele la tierra. Y la tierra huele a bosque, a selva, a cascadas, a esa quebrada de allí cerca, a ese río que conocí hace poco y me llama como si estuviéramos conectados desde antes. Como esa piedra. Con esos escritos de hace tanto. En ese lenguaje misterioso. Mensajes escritos en piedra que tal vez nunca descifremos. No me inquieta lo que dicen. Solo me basta sentir su energía para reconocer a mis ancestros y saber que ellos sí sabían a que olía la tierra. Vivían adentro de ella y la respetaban como ninguna otra vez la especie humana ha hecho. Olvidamos a qué huele la tierra, y no es lo único que olvidamos. ¿A qué huele tu tierra?
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