Eso somos. No hay tiempo ni espacio comparable con ese diminuto instante en el que habitan nuestros recuerdos. Estamos en ellos. Son ellos quienes nos dan vida y por quien aquellos que amamos, existen. Existimos en nuestros recuerdos y en el de los otros. Ahí permanecemos. Es allí donde somos eternos. Sigo siendo el recuerdo de mi niña. El tiempo no cuenta. Algunas veces apelo a mi niña, a la que puedo recordar y en ella estoy presente.
Somos los recuerdos de nuestros recuerdos y develar ese misterio nos permite vernos en el pasado, en el presente, en el futuro. Viajo en el tiempo en mi propia memoria. Puedo cerrar los ojos e ir a ese lugar a una piscina en donde veo la luz tenue del fondo y reconozco en la superficie a mi madre. Soy aún esa chiquilla en mi corazón y en mi mente. Habito en ella y es mi presencia. No hay mejor máquina del tiempo que nuestro propio cerebro. Tenemos tanto poder en él que apenas podemos comprenderlo. Es tan sagaz que hay veces un olor activa un gran recuerdo. E inmediatamente voy a ese tiempo, a ese espacio, a ese lugar en donde mi cerebro grabó ese recuerdo y lo archivó bien profundo.
Soy el recuerdo de ese Tipi en donde rezando arrodillada veía a lo lejos que mis amados habían partido en una guerra. Era un valle, una sabana, una estepa. Yo era una mujer indígena que se lamentaba porque me dolía. Había un fuego enfrente mío. Y mi corazón no podía resistir porque ahí yo sabía que había quedado sola. Ni siquiera veía a mis lobos y el fuego y la sal de mis lágrimas me curaban. Eran mi medicina. Ese Tipi era mi hogar.
Los recuerdos son nuestra medicina. Por eso cuando nuestro poderoso cerebro olvida, enfermamos. Necesitamos recordar para centrarnos. Podemos elevarnos hasta más allá del infinito cuando vivimos en la simpleza del presente, del ahora, del hoy, de este instante. Pero apelamos a nuestros propios viajes en el tiempo para evocar esos instantes que son solo repetibles en nuestro cerebro. Y no todos lo son. Quisiéramos recordar otras vidas. Pero guardar tanta información sería tener un disco duro demasiado poderoso. Y es así como yo creo que los guardamos en nuestra "nube". Allá en ese lugar de donde venimos. La fuente . Nuestro origen. En nuestra ciberalma están la totalidad de nuestros recuerdos y acceder a ellos sí que es clasificado. Pareciera que no tenemos la contraseña. Y aquí, con nosotros, conmigo ahora, tengo acceso a la información que tengo en este cerebro y en esta vida. Siendo inclusive tanta información que tenemos que archivar bien profundo recuerdos, para poder hacer nuevos.
Hay veces reconozco inclusive mi memoria como otras formas de vida. Y eso es otro nivel Maribel. Porque no encuentro interlocutor para poder expresar todo esto. Y es ahí cuando decido contármelo a mí misma, a mi niña, a mi otra yo, a mis muchas yo, y sin tapujos, decirle, fui volcán, fui búho, fui indígena, fui piedra, fui tantas otras cosas...que hay veces siento que soy todas. Poderosa memoria. Recuerdos, eso somos.
No hay tiempo ni espacio para la posibilidad de atrapar esos que somos en instantes que no sabemos dónde es que existen. Éste por ejemplo, ¿dónde está en este mundo? En mi mundo, en tu mundo...Yo intento atrapar felicidades cuando vivo un duelo y de repente el duelo se va por un instante, y luego regresa y entonces me pregunto ¿a dónde fui en ese instante? ¿Qué fue lo que cambió? Y entonces alegremente comprendo que sí que puedo cambiar mi propia realidad. Ese es mi poder. Aún cuando me duela este duelo, decido salir de ese lugar inexistente para darle lugar a mi serenidad.
Recuerdos, los tomo, los abrazo como a un gran amigo, los siento, los añoro, viajo con ellos y los hago también mientras viajo. Soy una con ellos. Soy ellos.
Siiiii.... yo amo mis recuerdos y pido al universo que me permita " recordar" porque una cosa son los recuerdos y otra es el