No tendría sentido vivir. Hay que vivir cada día diferente. Sentirlo diferente. Ver el horizonte desde otra perspectiva. Ver nuestra vida y la de quienes amamos desde otro ángulo. Cambiar de sentido, de mirada, de amanecer y de atardecer. Nada es igual. Nunca. No pueden serlo nuestras emociones. Jamás. Porque cuando lo son, nuestro espíritu se va quedado estancado como en un pozo del que no puede salir. Y se agobia y se muere lentamente.
Si nuestros días fueran iguales no podríamos permitirnos sentir la tibieza de este sol, o la caricia del frío en las tardes, o el maravilloso calorcito de nuestras cobijas en la noche cuando podemos abrazarnos a nosotros mismos y decir, lo he logrado, lo he vivido, lo he sentido, lo he hecho todo con toda la intensidad.
Porque la intensidad con que vivimos lo que transcurre en nuestras vidas, es a su vez un regalo. Un regalo de los Dioses. Donde quiera que estén y quienes sean. Magia del Universo que posee todo en él para ser capaz de producir vida y producir milagros y producir también cambios que nos permiten adaptarnos a lo que sucede cada día.
Si nuestros días fueran iguales la monotonía se nos enquistaría hasta dejarnos fatigados y llevando una vida miserable que ninguno querría vivir. Ninguno. Necesitamos cambios. Constantemente. Para poder permanecer como seres evolucionados que somos. Necesitamos retos para permanecer como seres altamente inteligentes. Necesitamos obstáculos para saber de qué somos capaces, Necesitamos tener de todo un poco en nuestras vidas. Cada día. Para ser capaces de tener esa fuerza de voluntad que nos garantiza sostenernos, desde todas las perspectivas. La económica es esencial, pero la espiritual es la vital. Sin ella nada tendría sentido.
Hay que vivir cada día diferente. Como si fuera la primera vez. Sentirlo por todas partes. Dejarse tocar por él y mirarlo con amor. Porque cada día es amoroso. Somos nosotros los que le imprimimos recuerdos del pasado y deseos del futuro. Pero él viene tal cual. Se acerca a nosotros como deseando que fuera la primer vez de ese encuentro. Y así debe ser. Tomarse de la mano con un día maravilloso que nos puede llevar allí donde más deseamos. Pero debemos primero saber qué es lo que más deseamos.
Si nuestros días fueran iguales estaríamos perdidos. A través de la evolución nunca ha sido así. Jamás. La diferencia nos hace fuertes. Nos hace aprender siempre. Constantemente. Y poder mirar el cielo azul, o gris o estrellado o blanco o no poder mirarlo siquiera, nos hace siempre mantener vivo algo que es lo que nos mantiene vivos: las ilusiones.
Si nuestras ilusiones fueran siempre iguales conseguiríamos siempre lo que más deseamos. Sí las persiguiéramos como si se nos fueran a perder, las alcanzaríamos siempre allí donde fuéramos. Y allá donde fuéramos nuestros días no serían iguales…porque nuestra alma estaría recargada del regocijo que nos trae estar en el lugar correcto, en el centro de nuestro espíritu. Así es Oscar, cuando estamos en el centro de nuestro espíritu, ningún lugar nos es desconocido. Ningún lugar es el equivocado. Ningún estado es el incorrecto. Ningún instante es igual a otro. Ningún día sería igual a otro. Nuestra vida no es nunca la misma.
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