Eso me dijeron esta mañana y me pareció lindo recordarlo. Porque es más cierto que la montaña blanca que veo desde hace dos meses y varios días. Así como a unas gallinitas que como en casa algún tiempo, piden y piden cositas y siempre quieren comer como si nunca hubieran comido. Eran cinco, hoy cuatro. La ley de la vida se llevó una en el hocico de un nuevo perro del vecindario. Cosas que pasan, somos naturaleza. Las bailarinas si no dejan de sorprenderme, nadan hasta en el hielo! Pero como puede ser! Es absurdo y hasta gracioso y cuando voy a darles nuestras migas a las gallinas siempre voy a ver a las bailarinas y sé que me ven. Y es así como formamos vínculos, un día a la vez.
Aquí me siento tan a gusto, tan en casa...hay una energía en todo el lugar que permea lo que hay aquí. Este Bariloche es más que todo lo que recordaba. Una vez no basta. Hay que descubrirlo desde adentro y recorrer sus senderos para con certeza saber que es un lugar privilegiado de nuestro planeta. El lago Nahuel Huapi es de una inmensidad que se ve siempre. Está, es una presencia divina al lado de estos Andes imponentes, de esta cordillera tan particular y tan única que hace de nuestro continente lo que es. De nuestros países suramericanos lo que los caracteriza. Es la grandeza de nuestra Tierra alzada a los Dioses y en su paso teñida de los colores del Universo, de la tibieza y aquí del frío eterno. Deliciosamente suave y blanco.
Uno se apega demasiado a los seres. Lo que hacemos a diario se vuelve costumbre, cotidianidad, y dejarlo de hacer produce un sentimiento que aunque no es bueno, es humano. A donde he ido, he hecho lo mismo, ser humana, tomarme mi cafecito, caminar con mi mejor compañera, relacionarme con quien esté cerca, saludar a quienes me cruzo así me vean extraño o algunos me dejen en visto como sucede hoy en nuestras relaciones modernas. Dejar en visto es una sensación extraña pero siempre la he tomado como el silencio. Alguna clase de respuesta que casi nunca doy, pero que es clara y contundente. El silencio es una forma de respuesta. Y hay que entenderla así. Porque lo es. Cada quien la interpreta como quiera. Así es que cuando voy por la calle y saludo y me dejan en visto, sólo sonrío. Y Ori también.
Dicen que el apego no es bueno. Pero creería que no tenerlo también. Es un balance que perseguimos toda la vida y que queremos equilibrar pero que yo hay veces siento que se dañó la balanza para las emociones. Uno aprende a querer a los seres, a los lugares, y luego desapegarse es de las cosas mas exigentes que todos vivimos. Yo no lo he logrado muy bien nunca, porque ciertamente soy un exceso. Así es que cuando parto de mis lugares amados siento un desasosiego que no puedo soportar y con el pasar de los días, me voy acostumbrando a mi nueva cotidianidad y puedo volver a respirar sin esa cosita en mi alma que solo puedo definir como bien los definen quienes encontraron esta palabra mágica, saudade.
Saudade y aún no me he ido. Saudade y aún no he partido. Saudade la que siento por mi Robledal, Kenia y Asterix, por esa quebrada que he recorrido durante 28 años...saudade por los sábados en familia, las risas, dormir con mi madre acurrucada en su regazo mientras pelea con Ori para que no entre a su cuarto. Saudade de abrazos amigos, de caminos conocidos y hasta de un tucán que sé que vuela esperándome por ahí. Saudade de las noches estrelladas que entran por las ventanas del techo de mi Nawal. Saudade de mi partida de Rosa de los Vientos, una casa que me vio crecer y yo a ella. Saudade de las casas conocidas en este recorrido, de los nuevos amigos, dos Pablos, una Machi, Gonzalo, Liz, Vero, Zury, Orión, Morkar, Rufina, Tito, cuántos recuerdos, cómo resistir que una lágrima se asome, ante la gratitud que siento de poder sentir que llegué a casa cuando llegué aquí y que llegaré a casa pronto, y que llego a casa cuando permito que el Chocó me escuche o que un Río Claro sienta que también es mi hogar.
Somos humanos, somos sensibles, no pretendan que no tenga apegos. Soy de una raza que ama con locura, que se enamora de otros seres y que viaja porque queremos ver qué hay allá afuera de nuestras cuevas. Tenemos que verlo con nuestros propios ojos. Tocar la nieve fresca, comerla, recorrer senderos en soledad de algún otro humano, para entonces recordar el olor de nuestros amados. El olor, bendito olor, ese es el ultimo que se va de cualquiera de nuestras historias. Y yo de ésta me llevo el olor de todo lo que he visto, desde Ushuaia hasta esta bendición de esquina del mundo. Me llevo el olor de estos Andes y aunque voy allí cerca, ya siento que este lugar también le pertenece a mis recuerdos y de los más amados.
Uno se apega demasiado a los seres, y a eso vinimos, a entender que nada es eterno, pero nosotros sí.
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