Y en medio de todo, recuerda lo trágico que todo ha sido. Y recordé cuando al principio ni sabíamos qué pasaba. Y comenzaban a morir unos pocos y luego muchos. Y luego, éramos estadísticas. Y el terror y el pavor se apoderó de casi todos. Nunca pensamos vivir algo así. Jamás. Nunca pensé sentir tanto dolor en mi cuerpo, ni tanta fiebre nocturna que me despertara para recordarme que estaba viva. Que estaba malditamente viva y que podía morir. Que todos podíamos morir.
Y entonces uno delira. Y coge su celular para intentar saber más. Para comprender. Para entender qué fue lo que nos pasó y cómo fue que esta invasión de estos seres invisibles nos estaba doblegando como especie, como individuos, como familias, como especie. Cómo...qué ocurrió...que nuestro ego se vio doblegado desde el interior permitiendo que el miedo cobrara vida y nos llevara a este viaje tan lejos. Un viaje en donde abrazarnos es un lujo. Besarnos no es la opción. Visitarnos es una irresponsabilidad y estar cerca los uno de los otros, como solíamos hacer, pues por supuesto, una desconsideración total.
Y entonces uno delira absurdamente y piensa qué es lo correcto. ¿Qué fue lo correcto? Qué es lo correcto...¿vacunarme?. ¿No vacunarme? ¿Aislarme? ¿Acompañarte en tu aislamiento? He sido muy respetuosa con respecto al pensamiento de cada uno. Con el mío. Casi todo es personal. Este viaje es personal. Pero no estamos solos. Viajamos en un misma nave a la que se le monto un bicho. Inventado o no. Eso no era el asunto. El asunto es que el bicho nos estaba atacando a nosotros. A todos. Por igual. Sin discriminar nada. Sin temerle a nada ni a nadie. Arrasando con todo. Con fuerza. Y como especie sin dudarlo debemos actuar. Porque no da espera. Él no se rendirá y lo nombraran de mil maneras. Y aparecerán otros. Y nos miden el aceite para saber cómo actuamos como colectivo, no como individuos. Creo en la ciencia. Confío en ella como confío en la naturaleza. Aunque a veces parezca traicionera.
Y entonces uno delira absurdamente y algunas noches las lágrimas se salen de los ojos como queriendo darle consuelo a ese cuerpo que arde y que él mismo sabe, que no hay nada para hacer. Sino dejarlo ser. Agua y alguna otra cosa. Pero no más. Porque ya están en ti. Te habitan y te recorren cómo inspeccionando desde bien adentro. Y aquello que te dolía, te duele más. Y aquello que sos, pues lo sos más. Y si el miedo te habitaba, esto te abruma y te sobrepasa. Y si es la calma quien te domina y esa tranquilidad que me deja pasmada, pues entonces la lentitud de tu cuerpo va acorde con lo que sentís. Así sin más.
Uno delira y piensa en todos aquellos que perdieron la vida en este aprendizaje. Que si sos obeso, que si sos diabético, que si tenés preexistencias, que si... y uno recuerda que tiene muchas cosas, porque nuestra mayor preexistencia es estar vivo. Y nacimos para vivir. Y morimos desde ese instante. Lentamente. Cada célula. Nacemos y morimos. Y renacemos. Y volvemos a coger fuerzas sin dudarlo y sentimos que esto ha sido un exceso. Que es suficiente. Porque pienso en esos viejos solos que nunca tuvieron la oportunidad ni siquiera de un lamento o de un masaje. De los jóvenes que sin comprender, su vida cambiaba para siempre. De las familias que perdieron no solo a uno sino a dos, tres y cuatro de sus seres amados.
Uno delira y en mi delirio quise comprender esto desde una perspectiva universal. ¿Qué es lo que debíamos aprender? ¿Lo hemos hecho? Suelo ponerme en los zapatos del otro. Me creo una mujer compasiva. Lo soy. Pero esto me desbordó y mis sentidos se agudizaron y pensé en cada uno de nosotros. Los abracé en mi silencio y desee que esto no le ocurriera a nadie. Pero fue tarde. Seguirá su recorrido. No hay marcha atrás. No puede parar ni volver. Sólo seguir. Y así como nosotros hemos aprendido algo, él también. Y por eso se adapta y cambia. Muta. Porque la inteligencia no es solo nuestra. Muchas especies la poseen y son capaces de usarla. Inclusive ante la más poderosa.
Uno delira porque no sabe cuándo empieza ni cuándo termina. Y la vida sigue y uno tiene que seguir también. Con uno o sin uno. Pero tiene que seguir. Y todo cambia. Uno nunca es igual. Pero después de delirar y de reconocer lo indefensos que somos y a la vez lo solos que debemos aprender a defendernos para sobrevivir es que uno comprende que somos también fuertes y valientes, que todo pasará, que aunque nada vuelva a ser igual, valió la pena haber vivido todo lo que tengamos que vivir para que nuestro espíritu retorne inmenso a esa luz de la que partimos.
Aún deliro y cuando no tuve voz, mi silencio externo revolcó mi silencio interno para hacerme sentir en cada poro de mi cuerpo, y mientras además sentía chuzos por todas partes, reconocí cuánto admiro a todos aquellos que sin reparo alguno, se entregaron y se siguen entregando para salvar a otros. Médicos, enfermeras, y tantos seres humanos que tuvieron que hacerle frente a esto aún en medio del terror que les inundaba. Aún en medio de tanta incertidumbre...mis respetos. Debió haber sido increíblemente difícil, porque esos pequeños y diminutos extraños seres que se están acoplando en nuestro ecosistema, no han sido para nada amables sino hostiles. Guerreros también. Pero sobrevivirá el que sea flexible y se adapte. Deseo que sea mi especie. Si es menos egocéntrica y más gentil, porque hay veces nos parecemos a quien hoy queremos destruir.
Uno delira y con los labios rajados y el alma partida en mil pedazos, se levanta a escribir...
Una descripción perfecta en esta etapa de la historia que nos tocó vivir, Gracias Martha