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Foto del escritorMartha Elena Llano Serna

Yo no soy mariposa


Quisiera. Pero no lo soy. Soy humana. Hace 53 años vivía en un capullo. Y salí. Mudé. Llegué. De dónde...es un misterio. De algún lugar en el universo. De un rayito de luz que emitieron mis padres y me mostraron el camino. Hay veces pienso que es así. En esa unión hay una luz tan intensa que ilumina todo el universo y quienes lo habitamos decidimos buscarla y venir a ver qué es eso. No todas las luces nos llaman la atención. Solo una. Ésta. La que nos hace y nos define. La que somos. La que nos hace tener esa información en nuestro espíritu y perseguir durante toda nuestra vida esas historias, esas que somos, esas que fueron nuestros padres y sus padres, sus ancestros, nuestros ancestros.

Yo no soy mariposa. Soy ésta y hoy se me desgarran las alas. Quisiera regresar a mi capullo y quedarme allí hasta que esté lista. Hasta que todo pase. Hasta que lo que siento me permita al menos respirar. Pero no. Soy humana y no tengo alas. Solo tengo piel y entonces la piel sí se me desgarra y siento que la mudo. Y aunque llevo años preparándome para ésto, dar este paso es el mayor salto que hago como humana. Estoy en esa punta del abismo donde veo este bosque y veo el mar. Los dos se funden. Son uno y aunque no tengo que escoger, debo soltar. Y soltar alguno me parte en dos. Aunque siento que siempre he vivido partida en dos, en tres, en mil. Serio problema.

Yo no soy mariposa. Soy agua, y río y bosque, y mar y cielo y nube. Pero mariposa no. Ella es el mayor símbolo para mí de la soltura, de la delicia, de la posibilidad de transformación gigante que hay en un ser aunque su vida vaya a ser efímera. Y ellas lo saben. Saben que su vida será corta y por eso en cada aleteo dan la vida. Abren sus pequeñitas y algunas veces transparentes alitas con toda la fuerza del mundo. El universo puede sentirlas. Su aleteo es sutil e invisible a nuestros ojos pero el vientecito que emiten podemos sentirlos aquellos que realmente somos sensibles hasta el fondo de nuestra alma.

No soy mariposa. Soy humana, fugaz, soy errores, aciertos y desaciertos. Soy madre, hija, hermana, amiga. Muchas veces no cómo quisiera. Pero eso soy. Imperfecta. Apegada, aferrada, anclada. Porque una vez salí de mi capullo y empecé a aprender. Lentamente. Aprendí de ti madre. De ti padre. De mi increíble hermano a quien alguna vez le di con una escoba en la cabeza. Porque habitar este planeta empieza con quienes nos rodean y cuando no resistimos, entonces queremos aplastar sus alas con lo primero que vemos. Somos humanos. Eso sí, nunca me volvió a joder.

Soy mariposa solo en mis sueños. Y soy ballena también. Y soy delfín hay veces. Pero he sido mariposa en mis sueños y vuelo alto. Y veo este bosque desde allá arriba. Y veía a Gaia, mi pedacito de cielo en el mar. Ahora de alguna forma he renunciado a ambos. Para permitir que ambos sean también de otros. Me fragmento para completar a otros. Porque es lo preciso. Esto no es mío. Es de todos. Es la casa de todos como dijo aquella amiga que pronto partió a unirse al coro del universo. Desde allá muchos hoy están aquí atrasito de mi espalda mirándome y leyendo desde atrás estas líneas que me desgarran porque las lágrimas ni me permiten leer. Me sé el teclado de memoria. Mis dedo recuerdan su textura. Mi memoria ve el teclado aún con mis ojos cerrados.

Yo no soy mariposa. Soy una simple humana tratando de sobrellevar esto que llamamos vida. Y aunque no soy mariposa si siento unas alas. Y las he abierto miles de veces. Me las he roto millones de veces. Me las han querido partir otras tantas. Y una que otra vez me las han arrancado de un solo tajo y me las han tirado en la cara. Y yo acurrucada en mi propio regazo, las he abrazado y me he quedado allí inmóvil hasta que siento que ellas solitas se buscan en sus puntitas y comienza esa bendita resiliencia a hacer lo suyo. Y me he dormido y he soñado, y cuando he vuelto a despertar he tenido nuevamente mis alas blancas y gigantes atadas a mi cuerpo. Aferradas a mi como si nunca nadie me las hubiera arrancado.

Yo no soy mariposa. No somos mariposas. Pero todos somos ángeles. También demonios. Y vaya qué demonios. Pero prefiero sentir el ángel que todos tenemos adentro desde que nos lanzamos al vacío en busca de esa luz inmensa y radiante que nuestros padres nos muestran. Cómo diciéndonos, "es aquí, ven... es con nosotros y nuestra historia que construirás la tuya". Y así es. No somos mariposas, pero sufrimos unas metamorfosis tan brutales que de repente, un día como hoy, ya tengo alas, nacaradas, como las de mis amigas las morpho que veo pasar todos los días. Tal vez me coqueteaban. Tal vez durante estos 26 años eso era lo que me estaban diciendo. Me mostraban su vuelo. Su ruta. Su delicadeza para moverse en el mundo. Pero es que yo no hablaba mariposa. Hasta hoy. Cuando sentí que mi obligó pasó por mi cabeza y de repente, veo y siento otras cosas. Ya no habito sólo mi cuerpo. Ya no habito sólo esta casa. Ya no habito solo esta ciudad o este país. Ni siquiera este planeta. Ya habito otra vez el universo. Me he expandido más allá de lo posible. Mis células viajan hoy por todas partes. Y sin morirme he muerto y he renacido. Pasé por la puntica de mi propia crisálida y caí sentada aquí para contarlo. Para decirles que estaré bien. Hay una distancia inimaginable en quien era hace un segundo y ésta que soy en este instante.Viajé millones de kilómetros para estar aquí, en este preciso instante. Dejé que el agua corriera por mis mejillas, porque era ella la que iba a permitirme pasar por entre mi propio ser. Y las estrellas enteras del universo pasaron por mi espíritu. Y sé que tú allá desde el firmamento fuiste testigo.

No soy mariposa, pero ya tengo alas nuevas y aquí al lado hay una crisálida oscura y muerta que intuyo es la mía. Me alzo sobre mi historia. Vuelo.

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