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  • 2 Min. de lectura

En algo mejor. Desde pequeños crecemos confiando y a medida que vamos haciéndonos grandes las experiencias nos hacen perder esa confianza. Cuando al contrario deberían de fortalecernos y ayudarnos a confiar siempre en algo mejor.


Confiamos. Pero no creemos. Ahí es donde está la diferencia. Porque no necesariamente todo lo que vivimos es eso que queremos. Pero sí es lo que necesitamos. Para aprender. Para valorar. Para agradecer. Para aprender a través del tiempo que las experiencias vividas nos harán justo eso. Aprender. Para no repetir. Para hacer muchas cosas solo una vez. Y no dos. Ni tres. Ni cuatro.


Confiamos que hay un mejor mañana. Que el sol saldrá. Que el frío pasará. Que la tristeza se irá. Que la alegría volverá. Que aquel trabajo perdido será el trampolín para uno mejor. Que el amor rechazado nos hará fuertes. Y así es.


Confiamos en la esperanza. Y son las ilusiones las que nos mantienen vivos. Esas benditas hacen todo por nosotros. Y por muchas otras especies. Son ellas las que nos hacen levantar cuando estamos dormidos o caídos. Son ellas las que nos permiten ver luz al otro lado del túnel. De ese en el que muchos sin saberlo nos vamos metiendo hasta que la vida nos hace un llamado de atención. Hay veces suave. Hay veces duro. Hay veces hasta con nuestra muerte.


Confiamos en la vida. La muerte nos asusta. Y es eso que tenemos más seguro que cualquier otra cosa. Más que ver el sol cada mañana. O cada tarde. Más que sentir el aire que respiramos o el agua que somos.


Confiamos en la justicia pero es diferente para todos. Hay excepciones. Pero la justicia se nos hace esquiva y no es igual para todos. No es justo el amor. No son justas las parejas. Ni las familias. Ni nuestra sociedad. Ni es justa la enfermedad. Ni la riqueza. Ni la pobreza.

Confiamos en nuestras familias. En nuestros amigos. Son ellos los más cercanos. Y aún así no son necesariamente lo que esperábamos. Son menos. O muchas veces más. Pero nos vamos quedando en la vida anclados a resentimientos que no permiten que crezcamos y seamos mejores.


Confiamos en que nuestras experiencias no sean dolorosas. Pero lo son. Y siempre lo serán. Así crecemos. Así nos hacemos humildes. Así nos volvemos mejores humanos. Hay también de las buenas. Y con ellas también aprendemos. Y sentimos una alegría por ahí en alguna parte de nuestro cuerpo que nos hace además ser felices por instantes. Porque la felicidad no puede ser constante. Porque o sino no la diferenciaríamos.


Confiamos en nuestro cuerpo. Algunos. Y lo escuchamos. Y él nos escucha a nosotros. Claritico. Sin interferencias. Y nos mantiene alerta sobre lo que hacemos bien o mal. O sobre lo que simplemente no hacemos. O sobre lo que tenemos que hacer.


Confiamos en tantas cosas. Y es preciso. Para poder vivir. Sin la confianza nada sería posible. Ninguna relación. Ningún abrazo. Ningún beso. Ningún adiós. Ninguna sonrisa. Ninguna burla. Nada.

Confiamos…

 
 
 
  • 3 Min. de lectura

Nada. Ni escribir. Que todo sea por pasión. Por deseo. Por conquistar esa libertad que nos es permitida. Por esa.


Que nada nos esclavice. Porque cuando pasa todo comienza a ser mecánico. Y nos equivocamos. Y cometemos errores. Y es peligroso. Para todos. Para nosotros. Para quienes nos rodean. Para nuestros hijos. Para nuestras familias. Para nuestros pacientes o clientes o para quienes hagamos las cosas. Nada como hacer las cosas por amor. Por placer. Porque nos permite felicidad. Porque damos felicidad.


Que nada nos esclavice. Ni el tiempo. Ni la plata. Ni los ritos. Ni las religiones. Ni las compras. Ni las amistades. Ni los amores. Ni las parejas. Ni las familias. Ni los amigos. De cualquier número de patas. Porque entonces nos perdemos. Y dejamos de ser quienes somos. Y nos convertimos en lo que algo o alguien más quiere. Y no sentimos esa delicia de la libertada en nuestras manos. En nuestro teclado. En nuestro tacto. En nuestra piel.


Que nada nos esclavice para que podamos encontrarle el verdadero sentido a esta vida. Lo que más esclaviza son los trabajos. Por temor. Porque nuestra sociedad está basada en el miedo. Y no en el amor. Y entonces tememos perder. No llegar. No ganar. No ser mejor que los otros. No tener más que los otros. No comprar más que los otros. No lucir mejor. Viajar más. Conocer más y gastar y gastar. ¿Y nosotros? ¿Qué tanto viajamos a nuestro interior? ¿Hacia adentro?


Que nada nos esclavice. Ni meditar. Ni hacer yoga. Ni caminar por la naturaleza. Que lo hagamos siempre por la delicia del sol tocando nuestro rostro. O la lluvia. O porque haciéndolo nuestra energía se transforma en algo más. En algo mejor. Aunque muchos lo duden. Somos energía que se transforma. Constantemente. A cada instante. Y siempre somos otros.


Que nada nos esclavice para que nuestro mundo sea mejor. Ni una taza de café. Ni de té. Ni de nada. Ni la forma como comemos o dormimos. O con lo que dormimos. Seamos flexibles. Para que nuestra existencia sea más liviana. Para que nada nos domine sino que nosotros seamos quienes tengamos el control sin que éste tampoco nos esclavice. Sino que por el contrario nos otorgue más libertad.


Que nada nos esclavice para que no exista nada que nos gobierne a excepción de la verdad. De la honestidad. De la transparencia. De lo correcto. De lo que es y debe ser. De lo que permite que nuestro pensamiento sea cada día más sano. Más armonioso. Más amoroso. Con todos.

Que nada nos esclavice para que podamos sentir y ver la belleza de esta vida que por alguna misteriosa razón estamos destinados a vivir. A consentir. Porque es la única que tenemos. No tenemos dos. No así. No con los que estamos y con lo que hemos escogido ser y tener.


Que nada nos esclavice…por el contrario. Que todo nos libere. Que nos haga peso pluma y tan livianos para que el viento nos lleve lejos y alcancemos nuestros sueños. Nuestros proyectos. Nuestros deseos. Y nuestras ilusiones sean dulces y toquen el corazón de aquellos que están viviendo con tanto miedo que todo los paraliza. Que siguen siendo autómatas de su propia vida y no le hallan sentido a buscar nuevas cosas. Nuevas oportunidades. Nuevos amores. Nuevos proyectos. Nuevas energías que renueven sus ganas de vivir. De continuar una vez más. De hacer nuevas cosas con nuevos seres. De alzar el vuelo una vez más.


Que nada nos esclavice…la sola palabra nos trae recuerdos no tan gratos. De una época inhumana. De una época en que unos eran dueños de otros. Y les pertenecían. Y no le pertenecemos a nada ni a nadie. Que ninguna red te atrape. Ninguna.

 
 
 
  • 3 Min. de lectura

Desearía que todo se te cumpliera. Que el cielo permaneciera azul. Y que ninguno de tus días fuera gris.


Desearía que el sol saliera siempre. Que la lluvia te rozara apenas. Que la neblina no te enfriara. Y que el frío jamás llegara a tocarte. Que el agua que bebieras siempre fuera pura y que los páramos no se derritieran. Que no hubiera nadie en la calle sin pan. Y sin techo. Que las balas fueran llenas de amor y que nadie muriera por odio. Que de hecho el odio no existiera.


Desearía que cada ser tuviera lo justo. Lo preciso. Que sus lágrimas jamás fueran de traición. Y que la guerra nunca tocara a nadie. Ni a los bosques. Ni a la selvas. Ni a los mares. Desearía que ese polvo mágico que hoy nos agobia se convirtiera en mágico y permitiera que la paz llegara a todas partes. Que los países que hoy sufren y las familias que hoy lloran a sus seres amados nunca tuvieran que derramar una lágrima más.


Desearía que tuviéramos una oportunidad más como especie. Que nuestro camino se detuviera y que pudiéramos pensar. Eso. Pensar. Lo que ya tan poco se hace. Para detenernos en ese desenfrenado afán de comprarlo todo. De tenerlo todo. De poseerlo todo.


Desearía que sus árboles de navidad fueran de verdad y los tuvieran siempre cerca para abrazarlos cuando necesiten un abrazo. Que las luces que hoy iluminan sus casas fueran esa llama interior que nunca debemos dejar apagar.


Desearía que la soledad que muchos sienten hoy se pudiera llenar con una sonrisa de un extraño. Que las enfermedades que muchos padecen sanen y les permitan recobrar nuevamente su salud con la sola mirada de sus seres amados.


Desearía que quienes tienen estrellas en el cielo las puedan sentir y ver. Y los que aún tienen a sus padres y a sus hijos los disfruten verdaderamente. Que los visiten y los acompañen en esos momentos particulares de nuestra cultura en donde todos nos volcamos en las mismas celebraciones para acercarnos más los unos a los otros.


Desearía que cada niño fuera a la cama sin hambre y que sus padres pudieran acompañarlos cada noche para que supieran que están seguros. Porque no hay nada que temer. Nada.

Desearía que quienes no reciban un regalo al menos reciban un abrazo de sus seres amados. Y les muestren el verdadero camino. Para que siempre recuerden que no son las cosas sino los hechos los que nos hacen mejores.


Desearía que hoy nadie sufriera. Ni un animal. Nadie ni nada. Que los ríos no se estuvieran muriendo ahogados en el barro que deja la minería. Y que ningún oso polar muriera de hambre porque el calentamiento no les permite encontrar ya su alimento. Ni que fueran cazados porque un país lo permite. Como si fuéramos dueños de todo lo que hay en este planeta azul.


Desearía que el placer de la tarde en buena compañía siempre fuera eterna. Que los almuerzos en familia se repitieran cada día. Que todo dejáramos a un lado nuestros dispositivos inteligentes y nos pudiéramos comunicar más inteligentemente con aquellos que amamos. Que el mundo virtual solo fuera usado en casos precisos y que nos permitiéramos más tiempo con los amigos. Que camináramos más en los bosques. Que el agua tibia del mar siempre estuviera cerca para curarnos de todos nuestros males.


Desearía que supiéramos discernir entre lo urgente y lo importante. Para que recordáramos que no son los regalos sino el tiempo lo más valioso que nos podemos regalar.

Desearía esto y mucho más para cada uno de nosotros. Siempre.

 
 
 
Martha Llano 2025®
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