top of page

Para respirar tranquila. Para no sentir este dolor de sentir que la Tierra nos habla. Que nos está haciendo entender que sí está cambiando. Que su clima no es ni será el mismo. Nunca. No más ciudad de la eterna primavera. Sería imposible. Sería pedirle ahí sí, peras a los olmos.

Me hace falta el aire para resistir el frío que hoy siento. Ni la chimenea. Ni el calentador. Ni moverme. Ni saltar. Ni correr. Ni ir allí o allá. Nada vale. Nada. Porque este frío no es el mismo. No es el de antes. Es otro. Uno desconocido. Uno que no había visto aquí cerca. Uno que es bueno un ratico al lado de un buen chocolate y de mucha compañía. O de un buen libro. Como ahora.


Me hace falta el aire para sonreír. Porque aunque tengo muchas cosas para sonreír y muchas por ser feliz hoy siento tristeza porque al final quienes siempre hicimos un llamado por la Tierra y porque cambiáramos nuestros hábitos fuimos llamados locos. Románticos. Soñadores. Del totazo. Y por más que nos enfermemos no cambiamos. Porque muchos prefieren siempre sus mismas comodidades. Y yo veo que todo a nuestro alrededor se va derrumbando. Que los bosques ya hicieron lo suyo y hoy solo nos resta esperar. El ártico no pudo más…ni el antártico. Y ni sus osos o pingüinos resistirán. Porque no hay cómo…


Me hace falta el aire. E intento mirar por encima de esa capa blanca que no se ha ido hoy de casa para tener la certeza de que allá afuera están las estrellas y que ese universo y vasto que nos rodea es más grande que el ego de esta especie mía que todo lo que quiere y todo lo aprisiona. Que nuestra vía láctea es apenas el comienzo de esa inmensidad intocable que por más que queramos dañar no conseguiremos ni siquiera rasguñar.


Me hace falta el aire y no resisto mirar las imágenes de otros lugares en donde por más bello que todo parezca sé que muchos están sufriendo. En especial los débiles. Como esas especies de otros animales que están teniendo que adaptarse tan rápidamente a los cambios que su piel se les despelleja a altas temperaturas o se congelan por miles paraditos en los árboles que siempre fueron su hogar.


Me hace falta el aire y la respiración se me entrecorta porque los románticos perdimos y siempre el absurdo prevalece. Y sobrevive el que se adapta. El fuerte. El capaz. El que no se resiste. El que suelta la cuerda a tiempo. El que muchas veces no hace las cosas bien…pero que le da igual. Mientras tenga su casa, su cama, su comida y muchas otras cosas más, porque lo demás no le importa.


Me hace falta el aire. Se me acaba. Se me agota. No resisto la vida que vivimos. No funciona. No nos esta funcionando y aún así seguimos. Sin parar. Destruyendo. Acumulando. Más. Cada vez más. Sin darnos cuenta de lo que pasa al lado. Enseguida. Con el agua que bebemos. Con la que nos cae en forma de lluvia. Y hoy en forma de hielo.


Me hace falta la respiración y la piel se me eriza de solo pensar en el futuro. Porque sí que lo hay. Nada de esto es gratuito. Nos estamos adaptando lentamente al cambio. Pero muy lentamente. Y todo será distinto. Y nuestras poblaciones se verán obligadas a un nuevo tiempo. A nuevos tiempos. A nuevos climas. A unos inclementes que nos van exigir cambiar desde la raíz. Desde lo más profundo.


Me hace falta la respiración…porque tuvimos una oportunidad. Una. Y la desperdiciamos. La tiramos a la basura como hacemos con todo. Y no hay vuelta atrás. Pero no importa. Mientras lees cientos padecen frío y otros extremo calor. Mientras lees los polos lentamente se derriten y cae nieve en el sahara. Mientras lees me hace falta la respiración…pero no importa. Ya todo da igual. El tiempo no va hacia atrás.

0 visualizaciones0 comentarios
Foto del escritor: Martha Elena Llano SernaMartha Elena Llano Serna

Cuando vamos a guardar silencio no debemos generar ruido. ¿Para qué? Cuál es el objetivo? No lo entiendo. Y no lo entiendo porque si vas a salir del silencio diciendo que fuiste violada pero que no dirás quién, porque fue muy poderoso y aún lo es e inclusive peligroso…el mensaje que recibimos es el de no denunciar a los poderosos aún en la peor de las circunstancias. Como ser violada por ejemplo.


A decir verdad me duele. Profundamente. Por esa joven mujer que calló. Por esa adulta que hoy calla. Porque su dolor es mi dolor. Porque su silencio es también mi silencio. Porque su tristeza es también la mía y la de miles de mujeres, e inclusive hombres que fueron o son violados o maltratados y su corazón no deja de sufrir.


A decir verdad no deberíamos callar. Eso no sirve. A nadie. Es empoderar más al violento. Al enfermo que puede ejercer su poder y su fuerza contra todo. Contra viento y marea. Olvidando el daño que ocasiona y el que se ocasiona. Olvidando que una herida de esas es difícil de sanar y de perdonar. No imposible pero si casi.


A decir verdad salir del silencio es asustador. Si cuando opinamos muchas veces sobre algunos temas somos criticados salir del silencio sobre cualquier tipo de maltrato tiene sus consecuencias. Pero hay que hacerlo. Bajo ninguna circunstancia debemos permanecer callados. Ese no puede ser el mensaje. No. Y no. Porque entonces perdemos nuestro poder. Ese. El de la voz. Ese que nos da valor y nos hace valer por lo que somos.


A decir verdad entre más poderoso el violador menos silencio deberían guardar. Porque ¿cuántas víctimas más serán necesarias? ¿Cuánto dolor? ¿Cuántos sueños frustrados y cuánto amor malgastado de cuenta de un poderoso peligroso suelto por ahí…en las calles, en una esquina, es un edificio, en un barrio, en una familia, en casi cualquier parte?


A decir verdad hay que denunciar. Siempre. Por más miedo que sintamos. Hay que hacerlo. Sin dudarlo. Hay que hablar. Hay que salir de esa zona de miedo que paraliza y decirlo todo. Para detener esta barbarie que nos azota como si fuera aceptado por nuestra cultura. Nadie quisiera pasar por semejante dolor. Por semejante angustia. Nuestro cuerpo y mucho menos nuestro espíritu no se lo merecen.


A decir verdad nos merecemos respeto. Puro. Del bueno. Nos merecemos amor. Puro. Del de verdad. Y no merecemos estar con amigos, ni parejas, ni jefes, ni nadie que abuse de su poder. Ni con nadie que se exceda en su trato y nos utilice para satisfacer su ego dejándonos con toda esa carga del peso del maltrato a cuestas.


A decir verdad creo que este tipo de personas no deben permanecer ocultas o confundidas entre miles. Nos merecemos más que eso. Nos merecemos siempre la verdad. Cueste lo que cueste. Si. Cueste lo que cueste. Porque de lo contrario estamos condenados a vivir en la mentira. En la triste y dura realidad de no saber quienes son esos seres dañinos que deben permanecer excluidos por sus comportamientos de una sociedad que cada día está más llamada a ser otra. Una amorosa y nueva.


A decir verdad nos merecemos lo mejor. De todos y cada uno. Y para lograrlo debemos salir del silencio y nosotros también decir la verdad. Sea la que sea.

0 visualizaciones0 comentarios

Cómo serán los nuevos días de ellas. Porque me cuesta imaginar todo el escenario. Toda la película. Toda la historia. Toda.


Tan solo puedo imaginar qué pudo haber sido aquello tan horrible qué les dijeron para en un acto bárbaro decidir cortar el pelo de otra mujer. Lo más sagrado. Eso que todas tenemos por lo más preciado. Y ancestralmente los hombres también. Y aún. Porque en el cabello está nuestra fuerza y nuestra protección. Eso dicen y yo les creo. Los indígenas aún lo llevan largo. Porque así es como debe ser para ellos. Es una energía. Son esas terminales energéticas que como en avatar nos conectan con otros. Con el mundo. Con nosotros.


Tan solo puedo imaginar cómo serán sus días. Sus noches. Sus momentos. Porque de algo sí estoy segura es que su vida tiene que ser muy diferente a la mía. Completamente. Aunque compartamos dolorosamente la misma realidad de los cambios de esta sociedad que cada vez nos exige más. Que cada vez nos conecta más de muchas formas pero nos desconecta de los nuestros. Tan radicalmente. Tanto.


Tan solo puedo imaginar qué pensaran ahora en su encierro. Porque al final es lo que han visto. Por todas partes. En sus casas. En sus barrios. En sus esquinas. En las tiendas. En los buses. En la ciudad. En los periódicos. En las novelas que siguen permitiendo tan absurdamente en nuestro país. Eso es lo que han visto y nosotros los adultos lo hemos permitido. Y ellos tan solo son unos niños. O sea, esto es lo que le estamos haciendo a nuestros jóvenes. Pero ahora ellos pagan el precio.


Tan solo puedo imaginar qué pensaran sus madres. Sus padres. Sus familiares. Su gente. ¿Cómo pudo ser? ¿Cómo? ¿En qué momento ocurrió? Y yo pensaría que fue en todos. En cada uno. En la falta de amor. En la desconexión. En la permisividad no sólo de ellos sino de todos nosotros en todo lo que nos rodea. En todo. En cervezas vendiendo más a través de supuestos estereotipos de mujeres y ahora de hombres que tienen que ser todo por fuera y casi nada por dentro. Eso lo hemos permitido y muchos lo consideran lo que hay que seguir.


Tan solo puedo imaginar sus días en casa. La música que escuchan y lo que suena siempre a su alrededor. ¿Qué escucharan para que siempre sus palabras sean gono…carechi… y otras más? Ya lo veíamos venir. Nuestros hijos están sometidos a una “in”cultura que les exige ser menos amorosos y más alzados a ser libres e independientes pero de la forma equivocada. Así no es. Lo que les dice todo lo que les ha rodeado no es. Pero ahí estuvo siempre. De muchas formas. Lo dice el reggeton. Ni sé cómo se escribe. Nada de él me suena a música y sus letras no me son familiares. Me es imposible escucharlas y tolerarlas. No me produce risa ver bailar a pequeños niños al ritmo de aquello que muchos parecen aguantar.


Tan solo puedo imaginar el dolor de miles de familias cada día sufriendo las inseguridades a la que están sometidos sin que nada de esto pueda parar. Porque ya está bien inmerso en nuestra sociedad y los unos viven de los otros. Y maravillosas zonas de nuestra ciudad ya son prostíbulos callejeros en donde nuestras mujeres se venden por un poco de droga o inclusive por el mismo dinero que comprara el pan de su casa. Y sus madres lo saben. Y lo permiten. Y hay pornografía por todas partes. Y el sexo domina una cultura que cada día se llena de más vacíos. Vacíos que ya nada parece llenar.


Tan solo puedo imaginar la rabia. La confusión. El odio. Y todo lo que estas jóvenes se acostumbraron a mantener en su espíritu para que ataquen tan violentamente a otras. Tan despiadadamente. Salvaje. Y no puedo más que pensar en las lágrimas que derramé aquel día que vi sin querer esos videos. Porque en ellos vi a la sociedad de hoy. Ellas fueron el medio.


Pero eso que hicieron ese par de jóvenes es lo que desafortunadamente estuvieron acostumbradas a ver. No hay justificación. Porque hay también buenos ejemplos. Pero cuando leo lo que hacen nuestros políticos, los líderes, aquellos que deberían ser el ejemplo para un pueblo, lo que hacen las instituciones, las poderosas…no me queda más remedio que sentir un dolor profundo por cada una de las víctimas. De todas y cada una de las víctimas de un país que sigue teniendo patrones de desarrollo obsoletos. De educación atrasada como cien años. De salud disfuncional. De necesidades básicas sin resolver…de desamor.


Tan solo puedo imaginar el caos. En sus vidas. Y nosotros acá afuera…como si la cosa no hubiera sido con nosotros. Y fue con todos. Es un llamado de atención que tenemos que escuchar. Nuestros jóvenes nos necesitan. Nos están llamando a gritos. Nos están implorando sacarlos de allí…y nuestra obligación es darles un mejor futuro. Lo único que tenemos que dejarles es buen ejemplo. Y no lo estamos siendo. No como colectivo. Y es nuestra obligación. 

1 visualización0 comentarios
Martha Llano 2024®
bottom of page