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  • 3 Min. de lectura

Desearía que todo se te cumpliera. Que el cielo permaneciera azul. Y que ninguno de tus días fuera gris.


Desearía que el sol saliera siempre. Que la lluvia te rozara apenas. Que la neblina no te enfriara. Y que el frío jamás llegara a tocarte. Que el agua que bebieras siempre fuera pura y que los páramos no se derritieran. Que no hubiera nadie en la calle sin pan. Y sin techo. Que las balas fueran llenas de amor y que nadie muriera por odio. Que de hecho el odio no existiera.


Desearía que cada ser tuviera lo justo. Lo preciso. Que sus lágrimas jamás fueran de traición. Y que la guerra nunca tocara a nadie. Ni a los bosques. Ni a la selvas. Ni a los mares. Desearía que ese polvo mágico que hoy nos agobia se convirtiera en mágico y permitiera que la paz llegara a todas partes. Que los países que hoy sufren y las familias que hoy lloran a sus seres amados nunca tuvieran que derramar una lágrima más.


Desearía que tuviéramos una oportunidad más como especie. Que nuestro camino se detuviera y que pudiéramos pensar. Eso. Pensar. Lo que ya tan poco se hace. Para detenernos en ese desenfrenado afán de comprarlo todo. De tenerlo todo. De poseerlo todo.


Desearía que sus árboles de navidad fueran de verdad y los tuvieran siempre cerca para abrazarlos cuando necesiten un abrazo. Que las luces que hoy iluminan sus casas fueran esa llama interior que nunca debemos dejar apagar.


Desearía que la soledad que muchos sienten hoy se pudiera llenar con una sonrisa de un extraño. Que las enfermedades que muchos padecen sanen y les permitan recobrar nuevamente su salud con la sola mirada de sus seres amados.


Desearía que quienes tienen estrellas en el cielo las puedan sentir y ver. Y los que aún tienen a sus padres y a sus hijos los disfruten verdaderamente. Que los visiten y los acompañen en esos momentos particulares de nuestra cultura en donde todos nos volcamos en las mismas celebraciones para acercarnos más los unos a los otros.


Desearía que cada niño fuera a la cama sin hambre y que sus padres pudieran acompañarlos cada noche para que supieran que están seguros. Porque no hay nada que temer. Nada.

Desearía que quienes no reciban un regalo al menos reciban un abrazo de sus seres amados. Y les muestren el verdadero camino. Para que siempre recuerden que no son las cosas sino los hechos los que nos hacen mejores.


Desearía que hoy nadie sufriera. Ni un animal. Nadie ni nada. Que los ríos no se estuvieran muriendo ahogados en el barro que deja la minería. Y que ningún oso polar muriera de hambre porque el calentamiento no les permite encontrar ya su alimento. Ni que fueran cazados porque un país lo permite. Como si fuéramos dueños de todo lo que hay en este planeta azul.


Desearía que el placer de la tarde en buena compañía siempre fuera eterna. Que los almuerzos en familia se repitieran cada día. Que todo dejáramos a un lado nuestros dispositivos inteligentes y nos pudiéramos comunicar más inteligentemente con aquellos que amamos. Que el mundo virtual solo fuera usado en casos precisos y que nos permitiéramos más tiempo con los amigos. Que camináramos más en los bosques. Que el agua tibia del mar siempre estuviera cerca para curarnos de todos nuestros males.


Desearía que supiéramos discernir entre lo urgente y lo importante. Para que recordáramos que no son los regalos sino el tiempo lo más valioso que nos podemos regalar.

Desearía esto y mucho más para cada uno de nosotros. Siempre.

 
 
 
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Para respirar tranquila. Para no sentir este dolor de sentir que la Tierra nos habla. Que nos está haciendo entender que sí está cambiando. Que su clima no es ni será el mismo. Nunca. No más ciudad de la eterna primavera. Sería imposible. Sería pedirle ahí sí, peras a los olmos.

Me hace falta el aire para resistir el frío que hoy siento. Ni la chimenea. Ni el calentador. Ni moverme. Ni saltar. Ni correr. Ni ir allí o allá. Nada vale. Nada. Porque este frío no es el mismo. No es el de antes. Es otro. Uno desconocido. Uno que no había visto aquí cerca. Uno que es bueno un ratico al lado de un buen chocolate y de mucha compañía. O de un buen libro. Como ahora.


Me hace falta el aire para sonreír. Porque aunque tengo muchas cosas para sonreír y muchas por ser feliz hoy siento tristeza porque al final quienes siempre hicimos un llamado por la Tierra y porque cambiáramos nuestros hábitos fuimos llamados locos. Románticos. Soñadores. Del totazo. Y por más que nos enfermemos no cambiamos. Porque muchos prefieren siempre sus mismas comodidades. Y yo veo que todo a nuestro alrededor se va derrumbando. Que los bosques ya hicieron lo suyo y hoy solo nos resta esperar. El ártico no pudo más…ni el antártico. Y ni sus osos o pingüinos resistirán. Porque no hay cómo…


Me hace falta el aire. E intento mirar por encima de esa capa blanca que no se ha ido hoy de casa para tener la certeza de que allá afuera están las estrellas y que ese universo y vasto que nos rodea es más grande que el ego de esta especie mía que todo lo que quiere y todo lo aprisiona. Que nuestra vía láctea es apenas el comienzo de esa inmensidad intocable que por más que queramos dañar no conseguiremos ni siquiera rasguñar.


Me hace falta el aire y no resisto mirar las imágenes de otros lugares en donde por más bello que todo parezca sé que muchos están sufriendo. En especial los débiles. Como esas especies de otros animales que están teniendo que adaptarse tan rápidamente a los cambios que su piel se les despelleja a altas temperaturas o se congelan por miles paraditos en los árboles que siempre fueron su hogar.


Me hace falta el aire y la respiración se me entrecorta porque los románticos perdimos y siempre el absurdo prevalece. Y sobrevive el que se adapta. El fuerte. El capaz. El que no se resiste. El que suelta la cuerda a tiempo. El que muchas veces no hace las cosas bien…pero que le da igual. Mientras tenga su casa, su cama, su comida y muchas otras cosas más, porque lo demás no le importa.


Me hace falta el aire. Se me acaba. Se me agota. No resisto la vida que vivimos. No funciona. No nos esta funcionando y aún así seguimos. Sin parar. Destruyendo. Acumulando. Más. Cada vez más. Sin darnos cuenta de lo que pasa al lado. Enseguida. Con el agua que bebemos. Con la que nos cae en forma de lluvia. Y hoy en forma de hielo.


Me hace falta la respiración y la piel se me eriza de solo pensar en el futuro. Porque sí que lo hay. Nada de esto es gratuito. Nos estamos adaptando lentamente al cambio. Pero muy lentamente. Y todo será distinto. Y nuestras poblaciones se verán obligadas a un nuevo tiempo. A nuevos tiempos. A nuevos climas. A unos inclementes que nos van exigir cambiar desde la raíz. Desde lo más profundo.


Me hace falta la respiración…porque tuvimos una oportunidad. Una. Y la desperdiciamos. La tiramos a la basura como hacemos con todo. Y no hay vuelta atrás. Pero no importa. Mientras lees cientos padecen frío y otros extremo calor. Mientras lees los polos lentamente se derriten y cae nieve en el sahara. Mientras lees me hace falta la respiración…pero no importa. Ya todo da igual. El tiempo no va hacia atrás.

 
 
 
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Cuando vamos a guardar silencio no debemos generar ruido. ¿Para qué? Cuál es el objetivo? No lo entiendo. Y no lo entiendo porque si vas a salir del silencio diciendo que fuiste violada pero que no dirás quién, porque fue muy poderoso y aún lo es e inclusive peligroso…el mensaje que recibimos es el de no denunciar a los poderosos aún en la peor de las circunstancias. Como ser violada por ejemplo.


A decir verdad me duele. Profundamente. Por esa joven mujer que calló. Por esa adulta que hoy calla. Porque su dolor es mi dolor. Porque su silencio es también mi silencio. Porque su tristeza es también la mía y la de miles de mujeres, e inclusive hombres que fueron o son violados o maltratados y su corazón no deja de sufrir.


A decir verdad no deberíamos callar. Eso no sirve. A nadie. Es empoderar más al violento. Al enfermo que puede ejercer su poder y su fuerza contra todo. Contra viento y marea. Olvidando el daño que ocasiona y el que se ocasiona. Olvidando que una herida de esas es difícil de sanar y de perdonar. No imposible pero si casi.


A decir verdad salir del silencio es asustador. Si cuando opinamos muchas veces sobre algunos temas somos criticados salir del silencio sobre cualquier tipo de maltrato tiene sus consecuencias. Pero hay que hacerlo. Bajo ninguna circunstancia debemos permanecer callados. Ese no puede ser el mensaje. No. Y no. Porque entonces perdemos nuestro poder. Ese. El de la voz. Ese que nos da valor y nos hace valer por lo que somos.


A decir verdad entre más poderoso el violador menos silencio deberían guardar. Porque ¿cuántas víctimas más serán necesarias? ¿Cuánto dolor? ¿Cuántos sueños frustrados y cuánto amor malgastado de cuenta de un poderoso peligroso suelto por ahí…en las calles, en una esquina, es un edificio, en un barrio, en una familia, en casi cualquier parte?


A decir verdad hay que denunciar. Siempre. Por más miedo que sintamos. Hay que hacerlo. Sin dudarlo. Hay que hablar. Hay que salir de esa zona de miedo que paraliza y decirlo todo. Para detener esta barbarie que nos azota como si fuera aceptado por nuestra cultura. Nadie quisiera pasar por semejante dolor. Por semejante angustia. Nuestro cuerpo y mucho menos nuestro espíritu no se lo merecen.


A decir verdad nos merecemos respeto. Puro. Del bueno. Nos merecemos amor. Puro. Del de verdad. Y no merecemos estar con amigos, ni parejas, ni jefes, ni nadie que abuse de su poder. Ni con nadie que se exceda en su trato y nos utilice para satisfacer su ego dejándonos con toda esa carga del peso del maltrato a cuestas.


A decir verdad creo que este tipo de personas no deben permanecer ocultas o confundidas entre miles. Nos merecemos más que eso. Nos merecemos siempre la verdad. Cueste lo que cueste. Si. Cueste lo que cueste. Porque de lo contrario estamos condenados a vivir en la mentira. En la triste y dura realidad de no saber quienes son esos seres dañinos que deben permanecer excluidos por sus comportamientos de una sociedad que cada día está más llamada a ser otra. Una amorosa y nueva.


A decir verdad nos merecemos lo mejor. De todos y cada uno. Y para lograrlo debemos salir del silencio y nosotros también decir la verdad. Sea la que sea.

 
 
 
Martha Llano 2025®
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