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Foto del escritorMartha Elena Llano Serna

En la esquinita del arcoiris


En esa misma. Esa que uno ve y no comprende. Esa que uno busca cada vez que llueve y sale el sol. Esa que te sorprende porque realmente parece pintada por el más grande artista. Esa que no podemos coger ni alcanzar ni tocar. La traspasamos al intentarlo y ella en un acto sublime de amor nos deja sus colores en nuestra piel. Nos pinta, nos roza, nos susurra, nos roba un instante de magia y nos da la eternidad en un solo momento. Cerramos los ojos y la energía que sí es, nos tiñe de colores el alma. Eso que somos. Ese que es y que aún no hemos entendido. El mundo sí es diverso. No tenemos distinciones. Somos todos esos colores en el mundo. Ni razas ni colores, ni géneros ni política. Somos un acto recíproco con el universo.


En la esquinita del universo me senté ayer. Contemple silenciosamente mi planeta. Sentí como girábamos y le envié mi amor a él. Cerré mis ojos y me sumergí en el misterio del arcoiris. Entré al azul y fui al mar, al cielo, nadé con los delfines que he amado toda mi vida, fui ballena como muchas veces lo he sido en mis sueños. Regresé a ese glaciar, fui adentro, bien adentro. Era frío y mi espíritu aún tibio pudo sentir el placer de la vida congelada desde hace millones de años. Pude ser una con ese iceberg que flotaba y que miraba a sus semejantes. Son otros. Incomprensibles. Fui al verde y me senté en la copa de mis árboles, de esos que siento míos y que ellos me sienten a mí como si también me pudiera elevar al cielo sobre mis raíces y mis brazos respiraran como lo hacen ellos. Son realmente mis hermanos. Fui al amarillo y fui abeja. Sentí el polen que cargaba y pude ingresar a esa orquídea que me atrae con locura y me deleité con su néctar. Me extasié del placer de ser diminuta y poder ver el mundo con los ojos de los insectos. Son grandes por alguna razón en muchos de ellos. Fui magenta y siendo un pétalo vi como una abeja venía hacia mí y era el espejo de mi vida. Era yo a quien veía. Y solo en un acto de locura me permitió verme siendo más de una. Siendo humana y animal y vegetal. Fui el rojo de esa amanita muscaria que solo puede ser tan bello siendo tan venenoso. Me aferré a él para comprender a dónde viven los gnomos, quienes son las hadas, los elfos, las ninfas. Me agaché un tantico más y caí en un una nube blanca y suave...Ví el blanco sobre mi rostro y lo traspasé, crucé el arcoiris y volví a ser humana.


En una esquinita del arcoiris vi ayer a lo que llamamos Dios. Debió ser. No había de otra. Porque esa sensación inexplicable en mi corazón no puede tener otro nombre. Solo hallo esa palabra para describir semejante belleza. Algunos creen que no creo en Dios. Dios es una palabra tan controvertida que es muy confuso. Para mí, es eso que vi ayer. Lo vi durante todo el día. A cada instante. Sentía su compañía y su presencia. Eso es. Dios es una presencia en nuestras vidas. Y cuando no sentimos que hay algo más allá, más grande, mas sublime, más hermoso, más sutil, más efímero, más único, la vida pierde su sentido. Porque solo el poder de admiración del hombre sobre lo que lo rodea nos otorga la capacidad de sentir lo que en realidad somos. Somos el aliento de la totalidad del universo. Somos esa estrellita fugaz que vemos. Ese resplandor del cielo. Esa aurora boreal que nos muestra que realmente estamos en un planeta vivo, que siente, que respira...que pertenece a un cúmulo de historia y de polvo.


En la esquinita del arcoiris estuve ayer. Por fin. Por un instante en mi vida te vi Dios físicamente. Me tocaste. Otra vez. Suspiré por el misterio de la vida e intenté elevarme más allá de tu arco, arco iris. Estabas bien alto. Sé que de todas las direcciones me llegó esa información para seguir, para andar, para caminar más, para ser más, para estar y permanecer como el viento inagotable que me movía ayer todas mis células. Me tocaste viento. Me cruzaste. Me alzaste. Me moviste. Me llevaste como una cometa a la otra puntica del arcoiris. Fuí allí donde nace el sol y donde se nos oculta. Me quedé sentada viéndonos y viendo a mis más amados. Mi madre, mi padre, mi hermano. Mis sobris lindos que he visto crecer y que me los gozo. Vi a mi hijo ser hoy un hombre. Vi a mis amores de dos y cuatro patas. Vi a mis amigas adoradas que me han acompañado en este viaje de mi vida. Compañeras de infancia, de cole, de caminadas. Amigas y amigos de por ahí...cercanos o lejanos. Allí vi a mis tíos adorados, primos, vi mi vida... Y todo fue solo en un instante, en el instante en que una gotita de lluvia caía del arcoiris sobre mi brazo. Fue la eternidad.

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