Hablo de las enfermedades mentales invisibles. Padecer una es exigente. No solo por ella sino por la cultura en que vivimos. Nos miran medio rayadito y quiero aquí si hablarle a ustedes los otros. En mi caso, un porcentaje cercano al 2 por ciento de los habitantes del planeta (144.000.000) padecen trastorno bipolar, una enfermedad psiquiátrica que afecta a las emociones. Y me he preguntado cientos de veces qué fue primero, si mi ausencia de litio y por lo tanto mi bipolaridad, o mis emociones conectadas al mundo que me rodea, es decir mis familiares y amigos y después mi enfermedad. Aquí si quisiera preguntarle a esa inteligencia artificial, porque la humana aún no logra darme respuestas. Aunque da igual, de eso no voy a escribir hoy. Eso ya lo he hecho varias veces. Quiero es decirles que las enfermedades mentales invisibles representan hoy un asunto muy mal entendido, no solo por lo que representan ellas mismas, y el tabú en el que nos sumergen, sino porque no las comprendemos. Ni los individuos, ni la cultura. Y ni qué decir las instituciones. Esto es bien complejo.
Ando con mi perra para todos lados. Y lamento mucho a quien le moleste. Soy una mujer de 55 años y he encontrado la mejor compañía en los perros. Silenciosos, nobles, su amistad es de las cosas más puras que he conocido. Dicen que no hablan, pero yo hablo con los míos. Y nos entendemos. Ahora sé que hay uno que me reclama a gritos y yo desde aquí, le digo que me espere un poco más. Y no hablo con él con mi voz. Hablamos con la mente. Y sí, pareciera una locura. Pero no lo es. Tendrían que haber leído mucho al respecto y sobre todo haber vivido con muchos para saber que es verdad. Voy con ellos siempre por mi bosque y ahora con mi Ori voy por donde quiero. No solo porque quiero, sino porque puedo. Sin embargo, es un reto que los otros comprendan el valor de un perro cuando padeces una enfermedad invisible. Hace poco lo comprendí. Solo hace poco entendí lo poco que entienden ustedes este asunto. Y lo peor es que difícilmente tengan el placer de crear un vínculo tan fuerte con otro ser que no sea humano. Yo lo tengo y lo aprecio. Y hay veces aunque me cueste escribirlo, prefiero la compañía perruna, que la humana. Y no es que esté decepcionada de la humana, es simplemente un asunto de sentirme más a gusto en su silencio.
Y es que entenderlo es casi imposible para quien no lo vive. Pero si todos los seres humanos comprendieramos el beneficio de contar con el apoyo de un perro, un gato, un caballo, una vaca, algún animal que nos apoye cuando lo necesitamos, definitivamente este mundo sí sería mejor. Mi vida sin perros es inconcebible. Me fue negado ese placer en mi niñez. Y me he desquitado en mi adultez. A donde voy están y me hacen la vida más feliz. Los perros nos flexibilizan y eso es algo que nos cuesta demasiado. Ser flexibles. Ser compasivos, ser cercanos. Si tenés perro, hablas con medio parque. O tal vez no, con el parque entero. Nada mejor para hacerte interactuar que un perro. Porque en su mayoría ellos son seres muy especiales, que de todas formas, van cogiendo las mañas de sus Kahu. Porque eso somos. No somos dueños de nuestros amigos de cuatro patas, o de ninguno. Somos sus KAHU, sus cuidadores, sus guardianes, sus protectores y sus amados asistentes. Qué bella forma de verlos como los hawaianos. Kahu es alquien a quien se le encomienda la protección de un ser precioso y amado. Eso soy yo, una Kahu.
Así lo entiendo y así lo hago respetar. No me he inventado ningún certificado para estar aquí con mi perra. Me han preguntado cualquier clase de barbaridades. Una consulta a mi psiquiatra me valió para ratificar que su presencia en mi vida es tan valiosa como muchas otras cosas que he tenido que hacer. Donde ella no puede ingresar yo tampoco. Porque también comprendo que no tienen que estar en todas partes. Sin embargo adoro los lugares que son pet friendly. Porque de entrada ya sé que son los lugares precisos para uno estar y sentirse incluido. No todos comprenden la importancia de esto tan simple. Y sé que no lo harán. Pero eso de que una aerolínea te traiga y ahora no te quiera regresar, es incomprensible. ¿Entonces qué? ¿La dejo o qué? ¿la hago bajar de peso y le corto las patas para que quepa en el standard de unas medidas que exige hoy una ley en mi país? Absurdos.
Las enfermedades invisibles son un reto. Créanme. Las visibles son muy duras también. La salud es un reto hoy en día. Mantenernos en ese centro que sí que es invisible es de lo más dificilito que hay. Porque además todos nos mantenemos en un limbo y no podemos ni movernos una rayita para allá o para acá, porque inmediatamente viene la pregunta, ¿estás bien? ¿te estas tomando tu medicina? Y lo curioso es que justo esas mismas personas parece que nunca se hubieran mirado en un espejo para reconocer sus propias enfermedades. Aquí no hay nadie aliviadito del todo. Vamos dando tumbos con nuestras propias historias y con las cositas del pasado de nuestros ancestros que no caben en una sola canasta. Es cuestión de tiempo. Aprenderemos a ser incluyentes de todas las formas de vida, algún día. Mientras tanto nos toca pedir permisos, hacer trámites, cursos, papeles, nómbrenlos. Mi perra ya llenó su pasaporte y apenas tiene dos años. Y aquí vamos... a darnos una buena pelea con mi aerolínea porque si nos trajo, nos devuelve.
Las enfermedades invisibles, son eso. Incomprensibles. Y saber que éstas y muchas otras pueden ser detectadas por estos seres peludos y de cuatro patas es simplemente sorprendente. Porque su nobleza y compasión no tiene límites. En ellos no hay una cultura que les vete poder oler y sentir el estado de su Kahu. Ellos pueden leer nuestra piel. Y yo le agradezco a la mía cada lectura que hace de mi y cada paso que da a mi lado. Ser su Kahu me hace no solo más feliz sino que me hace andar por este mundo humano de una forma más segura.
Commenti